miércoles, 7 de marzo de 2018

Comentarios del Dr. Abel Pacheco.

Comentarios. Abel Pacheco. Editorial
Univisión, Costa Rica. 1988.
La trayectoria del Dr. Abel Pacheco está llena de cambios sorprendentes. De soldado pasó a ser médico, de director de Hospital a vendedor de ropa y de comentarista de televisión a Presidente de la República. Nacido en 1933, hijo de Abel Pacheco y Tinoco y María de la Espriella, tenía apenas quince años de edad cuando su tío, el Coronel Rigoberto Pacheco Tinoco, se contó entre las primeras víctimas de la guerra civil de 1948. El coronel Pacheco Tinoco, hombre muy cercano al Dr. Calderón Guardia, creyó que con apenas la compañía de unos cuantos hombres, podría capturar a don José Figueres Ferrer, pero cuando ingresó en el territorio controlado por los rebeldes, su audacia le costó la vida. 
Al igual que su tío trágicamente fallecido, Abel Pacheco fue desde joven un incondicional calderonista, al punto que, en 1955, siendo un joven de veintidós años de edad, fue uno de los soldados que acompañaron al Dr. Calderón Guardia en la arriesgada y fracasada aventura de invadir Costa Rica desde Nicaragua. 
Tras concluir sus estudios de Medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México, se desempeñó como médico rural en Guápiles y Puriscal. Escribía relatos breves y, en 1972, fue galardonado con el Premio Nacional Aquileo Echeverría por su libro de cuentos Más abajo de la piel. Se especializó en psiquiatría y de 1973 a 1976 fue director del Hospital Nacional Psiquiátrico. Cuando renunció a su puesto, abandonó también la práctica profesional y se dedicó al comercio. Cerca del mercado central de San José instaló una tienda llamada "El palacio del pantalón", que atendía personalmente y que acabó siendo famosa por su publicidad en la que un personaje, llamado "Desampa Jones" invitaba a vencer "la moda furris".  En los anuncios de televisión, luego de mostrar la oferta de pantalones y precios, "Chiricuto", un muñeco de ventrílocuo, exclamaba: "¿Pero qué más querés?"
El periodista Guido Fernández lo invitó a colaborar en la televisión como productor de microprogramas educativos como Un instante de poesía, Ayer y hoy en la historia y Leyendas y tradiciones nacionales. Le brindó también un espacio, de más o menos un minuto, para que hiciera algún comentario.
Las pequeñas producciones de poesía, historia, tradiciones y leyendas pronto dejaron de transmitirse, pero el microprograma "Comentarios con el Dr. Abel Pacheco", estuvo al aire durante veinticinco años, de 1976 a 2001.
El formato era sencillo. Aparecía el Dr. Abel Pacheco sentado y mirando a cámara y, tras saludar con un invariable "¿Qué tal amigos?" se refería luego a algún hecho curioso al que intentaba sacarle una enseñanza o una moraleja y cerraba con un también invariable "Muchas gracias."
Como no se refería a temas de actualidad ni a acontecimientos recientes, sus comentarios nunca llegaron a generar polémica por su contenido. Su estilo, indiscutiblemente y, tal vez, hasta involuntariamente cómico, llegó a ser objeto de imitaciones jocosas.  Eran frecuentes parodias como: "¿Que tal amigos? En la Universidad de Michigan descubrieron que si se meten cuatro gatos en un saco y se sacan dos, quedan solo la mitad de los que había al principio. Muchas Gracias."
El Dr. Abel Pacheco se convirtió en un personaje popular. Era un señor mayor, sereno y de hablar pausado que lograba ser ingenioso al comentar, en un minuto, temas sin importancia.
Se involucró entonces en política. En 1994 fue candidato a vicepresidente, pero su partido perdió esas elecciones. Su paso como diputado por la Asamblea Legisletiva, de 1998 a 2002, se caracterizó por su silencio, ya que no hacía propuestas ni objeciones y, prácticamente, se limitaba a votar sin intervenir en los debates. Sin embargo, a pesar de que su papel como legislador no fue brillante, Pacheco ganó las elecciones presidenciales del año 2002. Su participación en los debates durante la campaña fue, como su programa de comentarios, de poco contenido en el fondo y de expresión chistosa en la forma.
Durante sus cuatro años como Presidente de la República, diversas personas se turnaron en la labor de coordinar la labor del gobierno, mientras don Abel, como lo llamaban, se limitaba a soltar de vez en cuando alguna de sus clásicas salidas de tono. Cuando leía los discursos era evidente que habían sido escritos por otros mientras que, cuando improvisaba ante un micrófono quedaba claro que de él no se podía esperar más que frases jocosas e ideas extrañas. Como los que planeaban, decidían y realizaban las acciones de su gobierno eran figuras de segundo nivel, cada vez que algo salía mal el presidente se disculpa diciendo "Me embarcaron".  Algunas de sus acciones y declaraciones fueron más allá de lo que los costarricenses estaban acostumbrados a ver natural en él, como cuando integró a Costa Rica, país que no tiene ejército, en la coalición que invadió Irak y, al ser consultado por la prensa dijo que prefería que murieran niños irakíes en vez de niños americanos.
Este reportaje calificó a Abel Pacheco,
como el recreo de la T.V.
En el año 2005, por cierto, se cumplieron los cincuenta años del último conflicto bélico en la historia de Costa Rica, pero el aniversario no fue conmemorado por el gobierno debido a que el Presidente había sido uno de los soldados invasores de 1955.
Desde que terminó su período presidencial, Abel Pacheco se ha mantenido retirado de la vida pública y solamente en muy raras ocasiones ha brindado declaraciones a la prensa. Cuando lo ha hecho, sin embargo, ha mantenido su fórmula de dar rodeos sin extenderse mucho, nunca referirse a nada concreto, contar una historia extraña y rematarla con alguna expresión ingeniosa y sorpresiva.
Ese es, en todo caso, la imagen de Abel Pacheco que perdura. Abel Pacheco no es recordado como soldado, ni como médico rural, ni como psiquiatra, ni como escritor, ni como vendedor de pantalones, ni como diputado y, ni siquiera, como Presidente. Todo eso pasa a segundo plano. Abel Pacheco es, ante todo y sobre todo, el personaje de los comentarios de televisión.
Aunque su microprograma se miraba sin gran atención y lo que decía se olvidaba casi de inmediato, recuerdo un par que fueron verdaderamente disparatados. Una vez, mencionó que en un zoológico dos animales (macho y hembra) que habían nacido en cautiverio parecían no estar interesados en aparearse y sugería que les mostraran videos de ejemplares de su especie en libertad teniendo relaciones sexuales para estimularles el deseo. En otra ocasión propuso que todos los orinales deberían tener una mosca pintada para que los hombres se concentraran en apuntarle y, de esa forma, no orinaran afuera. Remataba el comentario diciendo que, si alguien tenía problemas para orinar, para solucionarlo simplemente debía ponerse a repasar mentalmente las tablas de multiplicar ya que, en sus estudios de medicina y psiquiatría había aprendido que la función mental que regula la capacidad de orinar y la de multiplicar se encuentran en el mismo lugar del cerebro y una estimula a la otra. 
Cuando ya el programa de televisión había desaparecido y su gobierno había terminado, tuve la suerte de encontrarme, en una tienda de libros usados, un pequeño tomo, publicado por Univisión Canal 2,  con una recopilación de sus comentarios. El libro entero se puede leer en apenas un momento, ya que las páginas se pasan tan a prisa como las de una revista de barbería. Su lectura tampoco requiere mucha atención ya que, francamente, del libro no se espera nada. No se espera una prosa elegante ni agradable, tampoco una idea novedosa ni un reflexión profunda y ni siquiera, un dato revelador o una información sorprendente. Más bien, de alguna manera está claro desde el principio que todos los hechos que se mencionan son falsos, tergiversados, inventados o tienen como fuente alguna otra publicación de dudosa credibilidad. En la inmensa mayoría de los casos, todo lo dicho raya en lo inverosímil. Está claro que las historias que cuenta sobre el hombre más rico o el más gordo del mundo, no son comprobables ni ciertas, pero en todo caso, eso carece de importancia. La recomendación de llevar en el bolsillo un aerosol de gas picante, cuando se va de paseo por los bosques de América del Norte, para poder defenderse del ataque de un oso, está muy lejos de ser un buen consejo. 
En el libro, cuenta una versión libre de la leyenda guatemalteca del caballo de Hernán Cortés, afirma que en América Latina hay muchos pobres porque ser rico es considerado de mal gusto y recomienda a las mujeres dejar de fumar ya que la nicotina, al actuar sobre el ovario, hace que les aumente el vello facial y les salga barba y bigote.
La historia del gánster sueco cuyo corazón fue reemplazado por un aparato mecánico y, gracias a esa operación, logró librarse de una condena, ya que la ley de Suecia considera a un hombre muerto cuando su corazón deja de latir, es una de las más memorables.
Es evidente que Abel Pacheco llegó a ser Presidente de la República porque, gracias a sus comentarios, se había convertido en un personaje muy conocido que entretenía con sus extrañas historias y le resultaba simpático a la gran mayoría de la población. Tras repasar el libro de sus comentarios, lo que no queda claro es cómo alguien pudo haber creído que el autor de esas páginas sería capaz de gobernar un país.
INSC: 2694
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