domingo, 7 de enero de 2018

Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica por Constantino Láscaris.

Desarrollo de las ideas filosóficas
en Costa Rica. Constantino Láscaris.
STVDIM. Costa Rica, 1984.
Desde su arribo a Costa Rica, en 1956, Constantino Láscaris se interesó por conocer los escritos filosóficos que, a lo largo de la historia, habían sido publicados en el país. Satisfacer su curiosidad fue tarea difícil porque los ensayos de los pensadores costarricenses no fueron recopilados en libros, sino publicados de manera dispersa en periódicos y revistas. Ya metido en la investigación, el propio Láscaris se mostró sorprendido por la abundancia de material que encontró. Como ya había señalado Rubén Darío, "Costa Rica intelectual posee más savia que flores". en el sentido de que, ya en su tiempo, en el país había más ensayistas que poetas.
En 1965, Láscaris publicó el fruto de sus investigaciones en un voluminoso tomo de más de seiscientas páginas titulado Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica. La obra, a pesar de ser una rica fuente de referencias, no generó reacciones. Los intelectuales ticos, ya fueran escritores, historiadores o, incluso, filósofos, no se molestaron en comentarla.
En el prólogo a la segunda edición, Láscaris mismo declaró que a su obra podría criticársele el hecho de no ser un trabajo exhaustivo ni, tampoco, de síntesis. El libro es extenso pero cada apartado apenas brinda datos indispensables.
Cabe señalar, además, que el ambicioso título no corresponde con el contenido. Ni se expone un desarrollo ni se enfoca en las ideas filosóficas. Empieza haciendo una reseña de la enseñanza de la Filosofía en el país, se detiene a repasar las actividades de la Universidad de Sant Tomás, pero el grueso de la obra no es más que una larga lista de notas sobre escritores costarricenses que se ocupan más de sus vidas que de sus obras. A cada uno lo ubica dentro de una corriente filosófica y consigna la referencia bibliográfica de sus obras publicadas pero la atención está en la persona, no en sus ideas.
Quien mucho abarca, poco aprieta. Es natural que en una obra tan extensa los datos erróneos acaben siendo numerosos, pero no deja de ser molesto que la primera línea del texto empiece con un error histórico al afirmar, como un hecho, la leyenda de que el nombre de Costa Rica fue puesto por Cristóbal Colón. Por otro lado, las fechas de nacimiento y muerte de buena parte de los personajes biografiados suelen estar equivocadas por un par de años.
La clasificación a veces es inexplicable, especialmente por la falta de citas textuales de los autores. Joaquín García Monge y Omar Dengo aparecen como "anarquistas" y el obispo Bernardo Augusto Thiel como "doctrinario católico."  Los títulos mismos de los apartados son bastante curiosos. Al pensamiento socialcristiano lo trata por su nombre, pero a la Social Democracia la llama "Social estatismo"
Constantino Láscaris (1923-1979).
Hay también omisiones de peso. En el apartado de los liberales no incluyó a don Juan Trejos Quirós, quien sí aparece en otro capítulo como estudioso de la Psicología. En la sección sobre pensamiento socialcristiano incluye a Jorge Volio, Mons. Víctor Manuel Sanabria y el Dr. Calderón Guardia, pero no se refirió a don Carlos María Jiménez Ortiz, quien no se menciona del todo. En la parte dedicada a la estética, aparecen el poeta Rogelio Sotela, don Francisco Amighetti y Max Jiménez, quienes fueron ante todo creadores y no teóricos. En la sección de filosofía poética solamente incluyó a Fernando Centeno Güell.
Pero lo verdaderamente desconcertante es la forma en que presenta a los autores. Láscaris, en el prólogo, advirtió: "He procurado ser objetivo y expositivo; no he evitado, sin embargo, dar juicios y opiniones cuando se me han ocurrido."
Ciertamente muchos de sus comentarios solamente pueden ser considerados como ocurrencias.
Al referirse a Teodoro Olarte lo presenta con estas palabras: "Vasco macizo; de presencia que impone respeto, distancia al principio y afecto pronto; fumador de pipa que posee una mente rigurosamente metafísica."  Pues bien, quedamos enterados de que el profesor Olarte era un vasco macizo (lo que sea que eso signifique) y que fumaba pipa. Lo que no queda claro es por qué consideró importante mencionarlo
Más inexplicable aún es la forma en que se refiere a Mons. Sanabria. El arzobispo Víctor Manuel Sanabria Martínez, además de clérigo, fue historiador, genealogista, traductor del alemán y empresario periodístico. Autor de rigurosas investigaciones, había obtenido con honores su doctorado y fue figura protagónica en la reforma social de los años cuarenta así como mediador en la guerra civil que empezó poco después. Haciendo a un lado todo esto, Láscaris lo presenta diciendo: "Víctor Sanabria era por su aspecto un indio puro."
Ciertamente las facciones del arzobispo correspondían más a las de un aborigen que a las de un europeo, pero en América Latina, donde todos somos mestizos, no es algo que llame la atención. Láscaris publicó su libro cuando ya tenía una década de vivir en Costa Rica, es decir, no estaba recién llegado, así que es difícil de comprender las razones por las que dejó esa ocurrencia por escrito. Por otra parte, Láscaris no tuvo oportunidad de conocer en persona a Sanabria, quien murió años antes de su arribo al país. En todo caso, juzgar a un pensador por su aspecto no tiene sentido, como tampoco lo tiene hacerlo por su biografía. Salvo lo que se refiere a su formación, la vida personal, así como las andanzas y aventuras de un filósofo, no pasan de ser un aspecto anecdótico sin mayor relevancia para conocer sus ideas.
Lo rescatable y verdaderamente valioso de Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica son las referencias bibliográficas. Quien tenga el interés de buscar ensayos publicados en el país, encontrará en esta obra referencias de gran utilidad. Todo lo demás, lamentablemente, es prescindible, ya que las numerosas biografías aparecen agrupadas en una clasificación caprichosa y están aderezadas con datos erróneos y ocurrencias desconcertantes.
INSC:  1800

martes, 2 de enero de 2018

Corazón joven. Novela de Rafael Angel Troyo.

Corazón Joven. Rafael Angel Troyo.
Editorial Costa Rica,
Costa Rica, 1985
Poeta, novelista y compositor, Rafael Angel Troyo fue también un personaje singular cuyas excentricidades, ciertamente provocadoras, solían perturbar la monótona calma de la ciudad de Cartago durante los primeros años del Siglo XX. 
Tercer hijo de José Ramón Rojas Troyo y María de los Dolores Pacheco Ugalde, creció rodeado de comodidades, libros, obras de arte y conciertos musicales. Su padre, rico comerciante y cafetalero, propietario de grandes fincas en Agua Caliente, era un gran coleccionista de objetos precolombinos, de los que llegó a reunir, junto con su hermano Domingo, un buen número de piezas de oro y cerámica extraídas en la región de Osa. Su colección, donada en 1887, fue la base del Museo Nacional. Su mecenazgo, además de en la arqueología, fue también generoso en la música. Don José Ramón Rojas Troyo fue quien donó, en 1883. los instrumentos musicales a la Sociedad Euterpe, presidida por el maestro español José Campabadal, quien fundó una orquesta de cámara en Cartago.
En su casa, construida por el arquitecto italiano Francesco Tenca y decorada por el también italiano Paolo Serra, situada en los alrededores del parque Jesús Jiménez, se encontraba una de las más bastas bibliotecas de la ciudad. Juan de Dios Troyo, hermano de Rafael Angel, era ciego pero, a pesar de esta limitación, era un gran amante de la literatura y solía contratar maestros por horas para que fueran a leerle.
Cuando Rafael Angel Troyo terminó sus estudios en el Colegio San Luis Gonzaga, su padre lo envió a Estados Unidos para que aprendiera inglés y estudiara administración comercial. Sin embargo, lo que descubrió durante su permanencia en el país del norte fue su habilidad creativa. En New York escribió su primer libro Terracotas (1900) y compuso varias obras musicales que fueron muy celebradas. Mi princesita, Día de bodas y Marcha Triunfal fueron los títulos de sus primeras composiciones. También fue autor de piezas bailables. Un One Step de su autoría llegó a amenizar fiestas de la alta sociedad neoyorkina y, según cuenta su biógrafo Federico Mora, Troyo ejecutaba también un vals con silbidos acompañándose únicamente por enormes brazaletes de cascabeles colgados en sus muñecas.
Después de su estadía en New York se trasladó a París, donde residió una larga temporada y vivió también en Londres, Berlín y Roma.
En el barco de regreso a Costa Rica escribió su libro de poemas Ortos Estados del alma (1903). Más tarde publicaría Poemas del alma (1906) y Topacios, cuentos y fantasías (1907). Se conocen los títulos de dos libros que no llegó a terminar: Rosalba y La historia de un músico triste
Rafael Angel Troyo. Escritor, poeta y compositor.
(1875-1910)
La fortuna familiar era capaz de brindarle una vida económicamente holgada y, por ello, se aventuró en ambiciosos proyectos editoriales que, lejos de generarle ni un centavo de ganancia, más bien le causaron enormes pérdidas. Con Máximo Soto Hall y Ricardo Fernández Guardia publicó la revista Pinceladas.  Otras publicaciones suyas fueron la Revista Nueva con el hondureño Pastor Turcios, Musa Americana con José María Zeledón y el colombiano Pastor Ríos. Su último intento periodístico se llamó Bizancio que, como los anteriores, tuvo corta vida. Las revistas que intentó establecer fracasaron tanto por falta de lectores como de anunciantes.
En Cartago, Rafael Angel Troyo era un personaje conocido pero a decir verdad no muy querido. Sus excentricidades no eran bien vistas por los habitantes de la vieja metrópoli en la que, como recuerda Mario Sancho en sus memorias, hasta los más ricos acostumbraban llevar una vida hogareña y recatada. El paseo que daba Rafael Angel Troyo todas las tardes por la ciudad, montado en un elegante caballo peruano lo convertía en una figura pintoresca, sobre todo por el hecho de no llevar puesto el sombrero para que su larga melena se agitara con el viento. También llamaba la atención de los vecinos el hecho que el poeta, cuando decidía dar una caminata, tuviera como sitio predilecto el cementerio, en el que solía deambular entre las tumbas durante horas. 
Más que un artista que vivía a su manera, lo consideraban un ricachón vagabundo. Los chismosos decían que le faltaba talento y le sobraba dinero y llegaron a afirmar que había pagado a creadores pobres la composición de los poemas, cuentos y piezas musicales que presentaba como suyos. 
Las fiestas que ofrecía en su casa se caracterizaban por el derroche sin medida. Se bebía champán francés y se degustaba caviar ruso. En una oportunidad, la celebración de su cumpleaños acabó mal ya que tanto él como todos sus invitados fueron a dar a la cárcel. La fiesta fue convocada a las ocho de la noche en una funeraria que se encontraba al lado del Parque Central. Los ataúdes servían de mesas y presidía el recinto una lechuza disecada. A la media noche, decidieron realizar un desfile por las desiertas calles de la ciudad. El poeta llevaba en alto la lechuza, mientras que sus amigos, ya bastante ebrios, portaban cirios encendidos y aúllaban como seres de ultratumba. Los policías, que fueron a ver qué pasaba, al ver la procesión salieron huyendo. A la mañana siguiente recogieron a los participantes de las aceras en las que se habían quedado dormidos. Algunos parecían muertos y, al ser depositados en carretas de bueyes, las autoridades no tenían claro si enviarlos a la cárcel, al hospital o la funeraria de la que habían salido.
Tras la muerte de Rafael Angel Troyo tanto su persona como su obra cayeron en el olvido. Era, como decía don Alberto Cañas, un escritor ignorado en el doble sentido de la palabra. Ignorado, porque el público no sabía de él, e ignorado también porque los estudiosos no le prestaban atención. 
Más de setenta años después de su muerte, su nieto, el escritor Daniel Gallegos Troyo, encontró un ejemplar de Corazón Joven, la novela romántica que Rafael Angel Troyo había publicado en 1904. La puso a circular por medio de fotocopias y, acogida por don Beto, fue publicada por la Editorial Costa Rica en 1985. 
Ambientada en Francia, relata la historia de Jorge Nodelle, un joven libertino que escapa del mundanal ruido de París y va a visitar a su vieja tía Gabriela, que vive en el campo. En casa de la tía conoce a Margarita, ahijada de Gabriela, de quien se enamora tan inmediata y perdidamente como solo en las novelas de esa época suele ocurrir. Si se centra la atención en la historia de amor de Jorge y Margarita, la novela no pasaría de ser un relato cursi y meloso. Paseos tomados de la mano, besos a escondidas, suspiros y miradas profundas que acaban, como era esperarse, en una boda de sueño como primer paso a un futuro prometedor.
Sin embargo, el personaje de más peso en la novela no es ninguno de los enamorados, sino la vieja tía solterona que, pese a que ama tanto a su sobrino como a su ahijada, ante el noviazgo y la boda que se avecina, sufre internamente de furiosos arranques de celos, de envidia, de frustración y de ira. Ella, solterona y virgen en la vejez, que nunca ha sabido, ni sabrá, lo que es ser amada ni deseada, encuentra, al mirar la felicidad de sus parientes, un recordatorio cruel que subraya la soledad de su propia vida. Se torna irascible, finge estar enferma, intenta incluso sabotear el enlace pero, al final, resignada, asiste como testigo a la boda que, pese a la rica decoración de la capilla y la belleza de la ceremonia, para ella fue una verdadera tortura.
Innegablemente, en muchos aspectos Corazón Joven es una novela romántica decimonónica. Inacabables descripciones de recintos, salas y jardines. Numerosas exclamaciones que empiezan con el infaltable "Oh". Diálogos recitados llenos de expresiones construidas con retruécanos. Paisajes bucólicos con pajarillos y flores en primavera, árboles desnudos y suelo cubierto de hojas secas en otoño y campanarios erguidos en medio del blanco paisaje del invierno.
La insistencia en describir el ambiente lujoso también es obsesiva: pisos de mármol, cubiertos y fuentes de plata, vestidos llenos de brocados.
Pero incluso en medio de tanta seda en la ropa y tanta flor en el jardín, Corazón Joven es una novela muy rica en el escenario psicológico que propone. La soledad de una anciana que nunca tuvo una relación ni romántica ni apasionada y la manera callada y digna en que carga en silencio su frustración.
Es famosa la polémica sobre el nacionalismo en la literatura que se desató en 1894 a raíz de la publicación de los cuentos de Ricardo Fernández Guardia quien, como Troyo, era afrancesado. Corazón Joven, ambientada en Francia, fue publicada apenas un año antes de que aparecieran las celebradas Concherías de Aquileo Echeverría. La literatura costarricense, a la larga, siguió la senda nacionalista y los estudiosos de la materia dejaron de prestarle atención a las obras de vocación cosmopolita. La publicación de Corazón Joven, exactamente un siglo después de la famosa polémica, llamó la atención sobre esa otra literatura costarricense a la que no se le presta la atención que merece.
El final de la vida de Rafael Angel Troyo fue trágico. Amante de la música, asistió al concierto que el coro del Hospicio de Huérfanos de Cartago ofrecía en la iglesia de los padres salesianos el 4 de mayo de 1910. Cuando empezaron las sacudidas del terremoto que destruyó la ciudad ese día, Troyo salió a la calle y un bloque de piedra del campanario cayó y le golpeó la cabeza. Con su melena empapada en sangre lo trasladaron al parque donde, acostado, agonizó acompañado por su esposa, Lidia Jurado Acosta, y sus tres hijos pequeños, René, Virginia y Luz Argentina. Toda la noche mantuvo los ojos abiertos y murió al día siguiente. Faltaban dos meses para que cumpliera los treinta y cinco años.
Uno de sus escritos, por cierto, parecía una premonición de sus últimos momentos:

"La tarde palideció. Y los altos montes, los valles y colinas se llenaron de silencio.
Desde la vera del camino, mi amada y yo, asistíamos a la muerte del sol y veíamos como después de ese gran incendio del crepúsculo que lo había iluminado todo con sus rojos fulgores, solo quedaban grupos de enormes sombras que pasaban enlutando la inmensa comba de los cielos.
En torno nuestro, las cosas iban perdiendo su real aspecto, para arroparse en ese fantástico velo que tiende el misterio de la noche.
En la bóveda celeste surgió la luna redonda y bella.
Y sobre nuestras cabezas pasó en rápido vuelo la última pareja de palomas que  venían del monte.
—¡Mira!— me dijo de pronto mi adorada —mira aquella estrella que vuela. Ya se ocultó en la luna... ¿Es acaso un pájaro del cielo que va huyendo de la noche?
—Sí —le contesté— es un ave de luz que va a su nido, a ese refulgente nido de plateadas hebras, que afanosa un día colgó del firmamento."

INSC: 1775.
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