viernes, 23 de noviembre de 2018

Las Ish de Fernando Muñoz. Historias de la familia Castro Saborío.

Las Ish. Fernando Muñoz Mora.
Guayacán. Costa Rica, 2010.
Las memorias familiares, si no se escriben, se pierden. Las nuevas generaciones se quedan sin conocer detalles sobre las vidas de sus ancestros porque quienes podrían habérselos contado acabaron llevándoselos a la tumba.
Cuando estudiaba en los Estados Unidos, a don Fernando Muñoz Mora le llamó la atención el gran interés que tienen los americanos, todos ellos hijos de inmigrantes, por conocer sus orígenes familiares.
En Costa Rica, donde todos los ticos, así sea en grado remoto, somos primos, damos por un hecho que siempre hemos estado aquí y, por desinterés, dejamos que caigan en el olvido las andanzas de los abuelos.
De vuelta a la patria, don Fernando Muñoz decidió escribir un libro con historias de su familia. De haber querido presumir, le habría sobrado material para hacerlo. Don Fernando es descendiente del conquistador español Juan Vásquez de Coronado, fundador de Costa Rica, así como del polémico Dr. Stefano Corti Roca, que en toda la historia de nuestro país ha sido la única persona en haber sido acusada ante la Inquisición. Entre sus ancestros figuran también el jurista guatemalteco Agustín Gutiérrez Lizaurzábal, el prócer de la Independencia Joaquín de Yglesias, además del General José María Cañas y don Pedro Saborío Alfaro, quienes fueron oficiales en la guerra contra los filibusteros de William Walker. Don Fernando es sobrino, en tercera generación, del escritor Carlos Gagini y, en quinta generación, del Presidente Juan Rafael Mora Porras
Entre sus familiares más cercanos, su bisabuelo, Gerardo Castro Méndez, fue fundador de la Cruz Roja Costarricense y, como abogado, compartió estudios y hasta bufete con don Ricardo Jiménez Oreamuno y don Cleto González Víquez.  Su tío bisabuelo, Genaro Castro Méndez, fue el inamovible administrador del Teatro Nacional en las primeras décadas del Siglo XX. Cuando murió, el puesto lo heredó su sobrino, Octavio Castro Saborío, hijo de Gerardo Castro Méndez y Amalia Saborío Yglesias, a quien don Fernando, que lo conoció de cerca, llamaba "Tío Pavo".  Octavio Castro Saborío fue administrador del Teatro Nacional durante treinta y tres años y, por su pasión por la historia, se empeñó en que se levantaran tres monumentos a figuras que admiraba. La estatua de Simón Bolívar, en el parque Morazán, la de Juan Rafael Mora, frente al correo y la de Bernardo Augusto Thiel, al costado sur de la Catedral, fueron erigidas por iniciativa y gestión de Pavo
Sin embargo, a pesar de la impresionante lista de personajes históricos que llenan su árbol genealógico, al escribir su libro, don Fernando optó por concentrar la atención en su abuelita Graciela  Castro Saborío y en sus tías Amalia, Aurelia y Estela Castro Saborío. 
Eran mujeres de su época, recatadas, hogareñas y discretas, pero tenían la particularidad de decir siempre lo que pensaban. En medio de una conversación formal, como eran todas en aquel tiempo, en determinado momento alguna de ellas soltaba un comentario que resultaba inoportuno por lo sincero. Estas salidas de tono acabaron creando leyenda, al punto de que el propio autor sospecha que, entre las muchas anécdotas que se cuentan de ellas, debe de haber una mezcla entre reales e inventadas.
Graciela Castro Saborío. Una de las Ish.
Abuela de don Fernando Muñoz Mora.
Un hermano de ellas, Gerardo Castro Saborío,  estaba casado con Francisca Pérez Calvo, hija de don Pedro Pérez Zeledón.  Los años pasaban y Francisca se mantenía siempre muy bella. Cuando alguien les comentaba lo bien que se mantenía su cuñada, ellas exclamaban: "Pachica, siempre tan linda. Diente que se le cae, diente que le ponen."
Don Gerardo Castro Méndez y doña Amalia Saborío Yglesias tuvieron dieciocho hijos. Vivían en una amplia casona con patio central en barrio Amón. Doña Amalia murió el 31 de diciembre de 1915, mientras se preparaba para asistir al baile de año nuevo en el Teatro Nacional. Don Gerardo falleció dieciséis años después. Cuando los hijos se fueron casando, la casa empezó a quedarse vacía y, al final, solamente vivían en ella, además del solterón de Pavo, las hermanas que nunca se habían casado o que ya habían enviudado.
Esta casona, medio vacía y muy silenciosa, es la que don Fernando Muñoz recuerda visitar con frecuencia cuando era niño. Junto con sus primos, fingía jugar en el corredor cuando, en realidad, lo que hacían era escuchar las conversaciones de los mayores. La puerta de la calle no tenía seguro y bastaba mover una perilla para entrar. Había una sala que nunca se abría, en la que había grandes cuadros y hasta un piano, que servía para recibir visitas importantes. En esa sala, en un mismo día, don Fernando pudo ver en persona a dos expresidentes, don Otilio Ulate Blanco y el Dr. Rafael Angel Calderón Guardia, que llegaron a dar el pésame cuando murió Pavo.
El libro incluye una simpática confesión. Cuando Pavo murió, don Fernando, que era entonces un niño, fue a registrar en su armario y acabó apropiándose de un singular tesoro: el bastón de su abuelo, Gerardo Castro Méndez, y el bastón del obispo Bernardo Augusto Thiel.
El tío Pavo, la abuela Graciela y las tías Amalia, Aurelia y Estela eran muy pacientes, cariñosos y consentidores. Nunca regañaban a los niños y los dejaban hacer lo que quisieran. Cuando regresaban a sus casas, sus padres se quejaban de que volvían insoportablemente malcriados.
Personaje inovidable es la tía Amalia Castro Saborío. Para ganar algún dinero, recibía comensales. Cocinaba muy bien, sus tamales eran famosos, y tenía la habilidad de cambiar los ingredientes de las recetas de cocina para alcanzar un resultado similar a un precio mucho más bajo. Criaba pájaros y parecía que hablaba con ellos. Intentó tener peces pero, como se le murieron, optó por llenar la pecera con pecesitos de plástico. Solterona, fantaseaba contando que se había casado con un marinero que se fue y nunca más volvió, historia seguramente tomada de alguna de las novelas románticas que le gustaba leer. Una vez, Amalia regresó del cine contando que la escena que más le había gustado fue en la que la protagonista bajaba las escaleras con un vestido lleno de lacitos rosados y celestes. Cuando le preguntaron cómo pudo reconocer los colores si la película era en blanco y negro, Amalia simplemente contestó: "¿Para qué querés la imaginación?".
El título del libro, "Las ish", corresponde al apodo que compartían las hermanas Castro Saborío. Don Fernando Muñoz las conoció y las recuerda. Muchos de sus sobrinos, sobrino nietos y buena parte de su enorme cantidad de primos posiblemente nunca hayan oído hablar de ellas. Estas simpáticas anécdotas, como tantas historias familiares, de no haber sido escritas, se habrían perdido.
INSC: 2791
Don Gerardo Castro Méndez y sus hijos.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Los obispos de Costa Rica.

Obispos, Arzobispos y representantes de la Santa
Sede en Costa Rica. Ricardo Blanco Segura.
EUNED. Costa Rica, 1983.
La Diócesis de Nicaragua y Costa Rica fue creada por el Papa Clemente VIII el 26 de febrero de 1531, veintinueve años después de la visita de Cristóbal Colón y treinta años antes de las incursiones de Juan de Cavallón y Juan Vásquez de Coronado. Es decir, cuando el territorio costarricense no había sido aún explorado ni conquistado por los españoles.
El nombre del primer obispo ha llegado a ser tema de discusión entre los especialistas. Don Diego Alvarez Osorio, sacerdote misionero que ejercía su ministerio en Panamá, fue el primero en ser designado para el cargo. Se trasladó a Nicaragua,  pero como solamente un obispo puede consagrar a otro obispo (y en Centroamérica no había ninguno), don Diego murió en 1536 sin haber recibido la consagración episcopal. 
Su sucesor, Fray Francisco de Mendavia, prior de un monasterio en Salamanca, España, fue nombrado en 1537 y consagrado en 1538, pero murió en 1542 en Madrid y tal parece que nunca viajó a Centroamérica.
Como el primero no fue consagrado y el segundo no estuvo en el territorio, muchos se inclinan a señalar que el dominico Fray Antonio de Valdivieso, nombrado, consagrado y residente en Nicaragua, aunque haya sido el tercero, debe ser considerado el primer obispo de la diócesis. El final de Fray Antonio de Valdivieso fue trágico. Tuvo serios enfrentamientos con las autoridades civiles y fue asesinado a puñaladas en su propia casa por el hijo del Gobernador. El obispo murió desangrado en brazos de su madre.
Tras este desafortunado incidente, la sede estuvo vacante por varios años. Vino luego una larga lista de sucesores entre los que hubo sacerdotes diocesanos, jeronimianos, franciscanos, dominicos, agustinos, benedictinos, mercedarios y trinitarios, todos ellos nacidos en España. Entre ellos cabe mencionar a Jerónimo Gómez Fernández de Córdova, obispo de 1571 a 1574, nieto del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdova y pariente, por tanto, de Francisco Fernández de Córdova, fundador de Nicaragua.
En Costa Rica, la primera Semana Santa se celebró en la isla de Chira en 1513, los primeros bautizos se realizaron en Nicoya en 1522. El templo de Nicoya se edificó en 1540 y en 1563 se fundó Cartago. Sin embargo, el primer obispo en visitar el territorio costarricense fue don Pedro de Villareal, andaluz, que permaneció en la provincia desde enero de 1608 a enero de 1609 y fue el primero en administrar el sacramento de la Confirmación en Costa Rica.
Los obispos residían en León, Nicaragua y, cuando realizaban la visita pastoral a Costa Rica, se quedaban un año entero para recorrer todos los poblados. El recorrido, a lomo de mula, era tan agotador, que ninguno repitió la visita.
Durante la época de la Colonia, en poco más de doscientos años, hubo once visitas episcopales de periodicidad bastante irregular. Entre la tercera visita, en 1637, y la cuarta, en 1674, pasaron treinta y siete años. Ese fue el lapso más largo. El más corto, de apenas nueve años, fue entre la octava, en 1751 y la novena, en 1760.
Pedro Morel de Santa Cruz (1694-1768) realizó la octava visita pastoral en 1751.
Esteban Lorenzo de Tristán (1723-1793) realizó la décima visita pastoral en 1782.
La octava visita, por cierto, acabó siendo famosa porque el obispo Pedro Agustín Morel de Santa Cruz escribió un detallado informe en que hace una descripción minuciosa de todas las poblaciones que recorrió. Otra visita memorable, por lo fructífera, fue la décima, en 1782, cuando el obispo Esteban Lorenzo de Tristán, además  del primer hospital y la primera casa de estudios en Costa Rica, fundó la ciudad de Alajuela. Morel de Santa Cruz, que había nacido en La Española (hoy República Dominicana) fue luego obispo en Cuba, mientras que Tristán, nacido en Andalucía fue nombrado obispo de  Guadalajara, México. Ambos prelados tuvieron que ver con el culto a Nuestra Señora de Los Angeles en Cartago. Morel autorizó que el Santísimo permaneciera en el humilde santuario de adobe y techo de paja en que se veneraba la Negrita y Tristán estableció la costumbre de "la pasada".
Desde la época colonial se realizaron esfuerzos para que Costa Rica contara con un obispo propio. Tras la independencia, Braulio Carrillo, el Dr. José María Castro Madriz y don Juan Rafael Mora Porras, solicitaron al Papa la creación de una sede episcopal en el país. La diócesis fue finalmente erigida en 1850 y don Anselmo Llorente la Fuente fue, además del primer obispo de Costa Rica, el primer costarricense en ser consagrado obispo.
Cuando Llorente murió, en 1871, hubo una larga vacante que duró nueve años, durante la cual, en su última etapa, la Iglesia costarricense fue administrada por el obispo italiano Luigi Bruschetti, quien consagró al segundo obispo de Costa Rica, el alemán Bernardo Augusto Thiel. 
Poco después de la muerte de Thiel, el Dr. Carlos María Ulloa, costarricense, fue nombrado obispo, pero murió en 1903 sin haber sido consagrado. La designación cayó entonces en el Dr. Juan Gaspar Stork, quien, al igual que Thiel, era alemán.
Curiosamente, mientras el segundo y tercer obispo de Costa Rica eran alemanes, el segundo y el tercer costarricense en ser consagrados obispos ocuparon sedes en otros países. El segundo costarricense en ser nombrado obispo fue Guillermo Rojas Arrieta, nacido en Cartago en 1855, que fue el primer Arzobispo de Panamá. El tercer costarricense en ser nombrado obispo fue el Dr. Claudio María Volio Jiménez, nacido en Cartago en 1874, nombrado obispo de Santa Rosa de Copán, Honduras. Monseñor Volio tuvo dos hermanos sacerdotes. Juan Bautista, el primer jesuita costarricense y Jorge Volio Jiménez, quien además de sacerdote fue general y fundador del Partido Reformista.
Anselmo Llorente Lafuente (1800-1871) y Guillermo Rojas
Arrieta (1855-1933) primer y segundo costarricense en ser
consagrados obispos.
En 1921 se crea la provincia eclesiástica de Costa Rica y dos costarricenses son consagrados obispos: el Dr. Rafael Ottón Castro como primer Arzobispo de San José y el Dr. Antonio del Carmen Monestel Zamora como primer obispo de Alajuela. El vicariato apostólico de Limón, sin embargo, desde su fundación y durante sesenta años fue administrado por obispos alemanes. Tras Blessing, Wollgarten, Odendahl y Hoefer, don Alfonso Coto Monge, en 1980, se convirtió en el primer costarricense en ser obispo de Limón. Curiosamente, estos obispos alemanes en la Santa Misa, que celebraban en latín, predicaban tres homilías, una en español, otra en inglés y otra en francés.
En 1954 se creó la diócesis de San Isidro del General y en 1961 la de Tilarán. Más recientemente fueron creadas las diócesis de Puntarenas y Cartago. 
Bernardo Augusto Thiel y Juan Gaspar Stork eran grandes apasionados por la investigación histórica, pero fue Monseñor Víctor Manuel Sanabria el primero que intentó hacer una lista completa de los obispos que habían tenido jurisdicción en Costa Rica. El episcopologio de Sanabria, pese a ser una obra muy meticulosa y bien cuidada, venía con un buen número de errores que don Eladio Prado, investigador de la historia eclesiástica de Costa Rica, le hizo notar. 
En 1983, don Ricardo Blanco Segura publicó el libro Obispos, Arzobispos y representantes de la Santa Sede en Costa Rica, en el que ofrece una lista completa de los obispos que han ejercido su autoridad en el territorio nacional, acompañada por una síntesis biográfica de cada uno. La obra incluye desde los tres primeros, don Diego Alvarez, Fray Francisco de Mendavia y Fray Antonio de Valdivieso, hasta los que estaban en el cargo en el momento de la publicación del libro.
Podría pensarse que se trata de un texto de referencia, de esos que uno, más que leer, simplemente consulta. Sin embargo, don Ricardo, que fue verdaderamente cuidadoso y exacto con los datos que incluye en cada apartado, se permitió ciertas licencias en las secciones de comentarios. Con total desenfado, expresa opiniones y valoraciones personales sobre los obispos biografiados y hasta se permite reproducir chismes que escuchó o hechos que presenció sobre asuntos verdaderamente delicados. En el prólogo del libro, por cierto, don Ricardo debió manifestar una disculpa a los familiares del Arzobispo Rafael Ottón Castro, ya que unas declaraciones suyas que brindó a otro investigador,  al aparecer publicadas afectaron la imagen del ilustre prelado. Monseñor Castro murió en 1939, cuando don Ricardo, nacido en 1932, tenía solamente siete años de edad. No había manera de que a don Ricardo le constara lo que insinuó de él (que era alcohólico) y, por ello, se vio obligado a brindar disculpas y explicaciones. Sin embargo, tal parece que no aprendió la lección y en los comentarios de este libro se distrae en especular extensamente sobre aspectos de la personalidad de los obispos hasta extremos que rozan la grosería o la burla. Retrata a Llorente como impulsivo, opina que Monseñor Rodríguez Quirós no era la persona apropiada para ser arzobispo, califica la labor de Monseñor Rubén Odio como "desteñida" y acerca del Nuncio Paul Bernier, a quien tuvo oportunidad de tratar de cerca, solo deja constancia de que le resultó muy antipático.
El mayor problema de este libro es su falta de definición. Si don Ricardo quería manifestar su opinión (muy autorizada y muy bien informada, por cierto) sobre el desarrollo de la Iglesia costarricense, debió haber escrito un ensayo histórico. Si quería compartir chismes de sacristía en tono jocoso, debió haber publicado un libro de cuentos. Y si lo que pretendía era ofrecer una lista de biografías de los obispos de Costa Rica, debió haberse limitado a los datos. Al tratar de meterlo todo en el mismo saco, acabó ofreciendo una obra bastante irregular. 
Sin embargo, y esto que quede claro, si se ignoran los comentarios fuera de tono y de lugar, el libro es un formidable trabajo de investigación y una valiosa obra de referencia.
Conforme pasa el tiempo, los obispos de Costa Rica son cada vez figuras más modestas y menos protagónicas. Bernardo Augusto Thiel, Rafael Ottón Castro, Víctor Manuel Sanabria o Carlos Humberto Rodríguez Quirós, habían obtenido con honores Doctorados en prestigiosas universidades, tenían una cultura general enciclopédica, eran verdaderas autoridades en Teología, Filosofía, Derecho, Historia y Literatura y, además, hablaban con fluidez  media docena de idiomas. 
Las credenciales de los obispos actuales no son tan impresionantes ni sus biografías tan atractivas como las de sus predecesores. El día que un investigador decida ampliar la lista de obispos que dejó don Ricardo, en vez de agregar los nombramientos que han venido luego, lo cual es tarea fácil, debería asumir el verdadero reto que sería intentar recopilar mayor información sobre la labor de los obispos de la época colonial sobre los que se sabe verdaderamente poco.
INSC: 0315.

domingo, 21 de octubre de 2018

Las tentaciones de la luz. Poesía de Zingonia Zingone.

Las tentaciones de la Luz. Zingonia
Zingone. Anamá Editores.
Nicaragua, 2018.
El mayor contraste que podemos encontrar en este mundo (y muy probablemente en el otro también) es el de la luz y la oscuridad. En esta vida, cuando nos toca recorrer zonas oscuras, nos movemos temerosos y dudamos al elegir la ruta porque los peligros podrían estar cerca sin que lo sepamos. Al transitar por un espacio iluminado, en cambio, avanzamos con confianza al poder ver con claridad no solamente el terreno donde vamos a posar nuestro siguiente paso, sino también, a lo lejos, el destino al que aspiramos arribar.
Al final de esta existencia, no habrá otra opción más que el resplandor más intenso o las tinieblas más absolutas. Unos creen que, cuando su vida termine, acabarán sumidos en la profunda oscuridad de la nada. Otros esperamos alcanzar la luz eterna que aclarará todos los misterios y hará desaparecer todas las dudas y temores.
Tanto la luz como la oscuridad tienen su atractivo. De lo oscuro nos atrae el misterio, el ansia de descubrimiento, el cosquilleo de correr riesgos, la curiosidad de enfrentarse a lo inesperado, el reto de enfrentarse cara a cara con lo desconocido.
La luz, por su parte, también nos tienta, pero de una forma distinta. Nos llama a encontrar un lugar sereno para el descanso en que la paz y la armonía con todo y con todos no sea una sensación pasajera, sino un estado permanente. 
En su libro de poemas Las tentaciones de la LuzZingonia Zingone, con profunda sabiduría y delicada dulzura, muestra que el ansia de sumirse en lo luminoso, más que a un deseo, una necesidad o un capricho, responde a un destino ineludible marcado en lo más profundo del ser desde el propio origen.
Creemos, equivocadamente, que andamos en busca de algo que nunca tuvimos, cuando en realidad, más bien, todos nuestros esfuerzos responden al anhelo de recuperar algo que perdimos, pero que, definitivamente, una vez fue nuestro. En esta vida llena de confusión y sorpresas, que a veces aturde, a veces cansa y a veces aburre, que en momentos parece avanzar a toda prisa y en otros da la impresión de haberse detenido en una interminable pausa, hay en nuestra memoria un eco lejano, un recuerdo borroso, de una vida más alta, más completa, más intensa y más serena. 
Una vez leí que hay ciertas personas (entre ellas los verdaderos poetas), que son capaces de recordar el inicio del tiempo, cuando los primeros seres humanos vivían en el Paraíso en perfecta armonía con el Creador y las otras criaturas y que, precisamente, la nostalgia por el Paraíso acabó marcando sus vidas con una gran sensación de vacío y, a la vez, con un gran sentido de plenitud.
Adán, el primer hombre, en este libro es un personaje cansado de andar errante por sitios a los que no pertenece, ansioso de recuperar aquel feliz estado en que él mismo era una rama de árbol y podía pasear desnudo bajo el sol sin temor ni deseos de ocultarse.
Al igual que Adán, Zingonia ha tenido una vida errante. Los poemas de este libro han sido escritos en distintos sitios, en los que ha compartido diversas experiencias con toda clase de personas que se ha encontrado en su camino. Pero ya sea en el paisaje solitario o en las ciudades llenas de multitudes, el eco paradisiaco que resuena en su memoria de poeta, la ha hecho comprender que, pese a que el retorno no está permitido y se debe avanzar sin volver el rostro, correr hacia el destino es correr hacia el origen. La meta, a la larga, es el punto de partida.
En este mundo en que todo tuvo principio y todo tendrá final, hay una luz que nos permite comprender que, de alguna forma, todo tiene un sentido y un propósito. La vida terrenal, esa gran aventura de recorrer este mundo cambiante y sorprendente, no es más que un breve paseo que empezó cuando el Creador nos llamó a la existencia y que terminará el día que nos llame de nuevo a su lado.
Los poemas de Las tentaciones de la luz, tienen un alto contenido espiritual, pero no son, de ninguna manera, ni exaltaciones místicas, ni alegorías religiosas ni especulaciones teológicas. El libro, aunque evoca directamente pasajes de las Sagradas Escrituras, nunca se desvía en doctrinas, prédicas ni alabanzas. Quien escribe, no se dirige al Creador que le dio la vida ni a los prójimos con quienes la comparte, sino más bien al fondo de su propia alma, capaz de descubrir que, en el largo camino recorrido en las afueras del Edén, aún en medio de la duda y el cansancio, le han sido reveladas verdades luminosas.
Un auténtico creyente solamente habla de Dios desde su experiencia. No se trata de lo que piensa, de lo que sabe, de lo que supone y, ni siquiera, de lo que cree. Va más allá: trata de lo que ha vivido en carne propia. El libro cita episodios bíblicos, no para evocar acontecimientos que ocurrieron hace mucho tiempo, sino más bien para mostrar su fresca actualidad. No son historias que Zingonia haya leído, sino experiencias que ha vivido. Y al repasar su camino, a lo largo del cual fue descubriendo que origen, rumbo y destino son una sola cosa, logró que esa bitácora íntimamente personal, llegara a ser universalmente humana. Quien entra en contacto con lo eterno, logra comprender su propia vida. Y quien comparte su experiencia espiritual con absoluta franqueza, logra narrar la vida de quienes lo escuchan.
La reacción en cadena, aunque clara, no deja de ser misteriosa. El dolor, la esperanza, la angustia, la duda, la alegría o la tristeza de cualquiera de los poemas de este libro, son los de Zingonia. Y, al leerlos, fueron los míos. Zingonia escribió el libro porque pudo hacer propias la tragedia o la dicha de los otros. Yo, cuando leí el libro, encontré que sus páginas parecían tener origen en mis propias vivencias.
En la última parte del libro, verdaderamente conmovedora, hay un Via Crucis que, a diferencia de los tradicionales, es más glorioso que doloroso. Al evocar la Pasión de Cristo, Zingonia no quiso enfocarse en lo sangriento del hecho, sino en el profundo acto de amor que se muestra en cada episodio. A cada estación del Via Crucis dedica un poema en que invita a posar la mirada sobre detalles poco apreciados de cada escena.
Leer Las tentaciones de la luz fue para mí una profunda experiencia espiritual que logró hasta iluminar ciertos momentos oscuros de mi memoria.
El libro, publicado por Ediciones Anamá, en Nicaragua, ha tenido muy buena acogida. Ha sido ampliamente comentado y ha logrado atraer la atención de un numeroso y variado público en distintos países de América Latina y Europa. Estoy muy agradecido con Zingonia por haberme concedido el honor de presentar su libro en Costa Rica. Sin embargo, lo que más le agradezco, casi tanto como el libro mismo, es la escueta dedicatoria de la primera página. Quizá para muchos ese sencillo: "a SFN" que aparece al inicio les parezca enigmático. Si ella no quiso poner su nombre completo, no voy a revelarlo, pero reconocí de inmediato, con gran alegría, que el libro está dedicado a un queridísimo amigo que tenemos en común, verdaderamente luminoso.
INSC: 2750
Osvaldo Sauma, Zingonia Zingone y yo, Carlos Porras, en la presentación de
Las tentaciones de la Luz. San José, Costa Rica. Setiembre 2018.

sábado, 18 de agosto de 2018

Lo corporal en Los Elementos Terrestres de Eunice Odio.

El acento corporal en Los elementos
terrestres de Eunice Odio. Miguel
Fajardo Korea y Aracelly Bianco.
Lara, Segura y Asociados.
Costa Rica, 2018.
El Centro Literario de Guanacaste se fundó el 20 de marzo de 1974. Pocos días después, el 23 de marzo de ese mismo año, trascendió la noticia de que la escritora costarricense Eunice Odio había sido hallada muerta en su apartamento en la ciudad de México. Esta coincidencia despertó el interés de los poetas guanacastecos por conocer la obra de esa compatriota cuyo nombre escucharon por primera vez al enterarse de su muerte.
Escritora incansable, Eunice Odio se dedicó al periodismo y a la crítica literaria y artística, pero acabó siendo recordada principalmente por su poesía.  Solamente publicó tres libros, el primero en Guatemala, el segundo en El Salvador y el tercero en Argentina, pero con ellos logró cosechar una verdadera legión de admiradores que ha ido creciendo al paso de los años. Aunque en la actualidad su poesía es considerada una de las joyas de la corona de la literatura costarricense, lo cierto es que durante su vida, tanto sus libros como su nombre mismo eran desconocidos en su país natal, del que se fue muy joven y al que nunca regresó. 
La única publicación de poesía de Eunice Odio que apareció en Costa Rica mientras ella aún vivía, fueron las páginas suyas que incluyó Carlos Rafael Duverrán en la antología Poesía Contemporánea de Costa Rica. El propio año de su muerte se estaba preparando la edición de un libro con sus poemas, que ella pudo corregir, pero no llegó a ver impreso. 
Su fama y su prestigio acabaron siendo póstumos y ella no tuvo oportunidad de enterarse del gran interés que su poesía, su pensamiento y su vida acabaron despertando entre sus compatriotas. Cuando se supo la noticia de su fallecimiento su nombre era casi desconocido. Pero poco a poco sus libros fueron publicados en ediciones de gran tiraje a precios accesibles, se recopilaron y editaron sus obras completas y constantemente sus creaciones son tanto motivo de deleite para los lectores de poesía como tema de análisis entre académicos. Sobre la poesía de Eunice Odio han aparecido investigaciones, artículos, ensayos, ponencias y tesis de grado.  La gran mayoría de estos estudios críticos se ha concentrado principalmente en El Tránsito de Fuego que, quizá por ser un libro verdaderamente complejo y misterioso, ha llegado a ser considerado su obra maestra.
Hemos llegado ya al punto en que los comentarios sobre su obra llenan muchísimas más páginas que su obra misma, pero como la riqueza, tanto de forma como de contenido de sus tres libros, continúa despertando el interés de los estudiosos, las publicaciones que se refieren a su obra, lejos de disminuir, cada vez son más numerosas y frecuentes.
Pese a todo lo que ya se ha dicho, el tema está lejos de agotarse. Cada nuevo estudio que aparece sobre la poesía de Eunice logra resaltar ciertos aspectos particulares que merecen ser observados con atención.  
Fascinante, misteriosa y atractiva, la poesía de Eunice Odio es, al mismo tiempo, explícita y enigmática, audaz y sutil, sublime y cotidiana, corporal y espiritual, celestial y terrena.
Como preámbulo a la celebración del centenario del nacimiento de Eunice (1919-2019) dos investigadores guanacastecos, Miguel Fajardo Korea y Aracelly Bianco, publicaron, bajo el sello del Centro Literario de Guanacaste y Lara Segura Editores, un estudio titulado El acento corporal en Los Elementos Terrestres de Eunice Odio.
Echando mano de la perspectiva estilística de Samuel Levin, los investigadores analizan de manera meticulosa las referencias corporales, eróticas y sexuales presentes en Los Elementos Terrestres, primer libro de poesía de Eunice Odio, publicado en Guatemala en 1948.
Inevitablemente, por tratarse de una tesis de grado universitaria, la estructura y el estilo de este estudio se caracterizan aproximarse a la poesía de manera rigurosa y metódica, más que emocional. Sin embargo, incluso al ser puesta bajo la fría lupa de teorías y métodos, el calor de la poesía de Eunice sorprende, fascina y seduce.
Se ha dicho que Los Elementos Terrestres de Eunice Odio, es el primer libro de poesía costarricense explícitamente erótico. Su mérito, no obstante, ni empieza ni termina allí. Con abundantes ejemplos, citas textuales y comentarios, Miguel Fajardo Korea y Aracelly Bianco dejan claro que, aunque el libro está lleno de imágenes sobre el cuerpo humano y el encuentro físico apasionado de una pareja de amantes, la pasión y el deseo latente en los poemas va mucho más allá de lo puramente carnal. Es poesía apasionada, pero a un nivel muy elevado. La unión de los que se aman es, además de física, espiritual, integral, total. Al lanzarse en brazos del otro, entregan todo su ser, no solamente su cuerpo. Lo erótico, en los poemas de Eunice, acaba siendo casi místico.
No se trata de una conquista, sino de una unión. No están, en estos poemas, ni el macho que arrebata y posee, ni la hembra que se entrega y se somete. Ambos atraen y son atraídos, seducen y son seducidos, desean y son deseados, manifiestan sus deseos, se atreven a satisfacerlos, buscan alcanzar el deleite tanto propio como de la pareja pero, en medio del intenso encuentro apasionado, queda claro que el cuerpo, o más bien los cuerpos, protagonistas de la unión, son el puente de una unión más perfecta y total, que los supera y los trasciende.
La lectura de El acento corporal en Los Elementos Terrestres de Eunice Odio, de Miguel Fajardo Korea y Aracelly Bianco, es en verdad sorprendente. Se trata de crítica literaria académica, rigurosamente planteada y expuesta, que invita a apreciar todo lo que arde y deslumbra en el primer libro de poemas de la escritora costarricense que conquistó la atención de sus coterráneos cuando ya no estaba en este mundo.
A Miguel Fajardo Korea, fundador del Centro Literario de Guanacaste (que se fundó tres días antes de que trascendiera la noticia de la muerte de Eunice Odio), le agradezco que, aun sin conocernos en persona, haya tenido la gentileza de enviarme este valioso estudio que realizó junto con Aracelly Bianco. Me pareció en verdad un detalle hermoso que la amable dedicatoria que escribió en la primera página, estuviera fechada "23 de abril", que es el día del libro.
INSC: 2749

viernes, 6 de abril de 2018

La labor de una vida. Novela de Alberto Cañas.

Aquí y ahora. Alberto Cañas. Editorial
Costa Rica. Costa Rica, 1965. Incluye la
novela La labor de una vida.
Al romance entre un hombre viejo y rico, con una mujer pobre y joven, suele dársele, de manera casi automática,  la que pareciera es la explicación más evidente. El viejo anda en busca de placeres carnales con una joven de fresca belleza, mientras que la muchacha pretende que su amante, canoso y barrigón, le proporcione lujos y diversiones que ella no podría costearse.  Visto así, está claro que cada uno puede brindarle al otro lo que más le hace falta y la relación, mientras dure, será sostenida, en ambos extremos, por puro interés. La pasión y la generosidad suben y bajan juntas. A más cariñitos, más regalitos. A menor arrebato, menor patrocinio. 
Sin embargo, es probable que, en este tipo de relaciones, tanto él como ella, tengan otros motivos para estar juntos más allá del sexo y el dinero.
Don Alberto Cañas explora esa posibilidad en su novela La labor de una vida, que narra el romance entre Paco Castillo y Nina Molina. A Paco, ya con bastantes años encima, le ha ido bien en la vida, podría decirse que sin merecerlo, mientras que a Nina, en su breve existencia y también sin merecerlo, le ha tocado sufrir bastante. Para decirlo en términos costarricenses, Paco ha sido "derecho" mientras que Nina ha sido "torcida".
No faltará quien considere que una novela sobre el romance entre un viejo divorciado y una joven viuda no es más que literatura ligera. Al respecto cabe anotar que quien lea La labor de una vida simplemente para entretenerse y divertirse, no saldrá defraudado. La trama avanza a un ritmo acelerado que no deja espacio al tedio, cada uno de los personajes que aparece, así sea fugazmente, tiene su gracia y su encanto y la ráfaga de situaciones, absurdas y descabelladas pero muy comunes en este tipo de relaciones, están escritas de manera tan concisa y contundente que inevitablemente se acaban leyendo con una sonrisa en los labios.
Lo del supuestamente inevitable intercambio de sexo por dinero ni siquiera se menciona ya que, en el periodo que abarca la novela no se ha llegado a ese punto. Nina le da a Paco una que otra caricia y uno que otro beso, pero no pasa de allí. Paco, por su parte, la lleva a pasear y la invita a comer sin que que esas salidas impliquen gastos exorbitantes. 
Los detalles de cómo se conocieron y la forma gradual en que empezaron su relación son en verdad simpáticos pero tampoco vale la pena detenerse en ellos. Lo verdaderamente interesante es ir descubriendo por qué dos personas tan diferentes acabaron juntas. Más allá de la edad y el nivel de ingresos, los temperamentos y las experiencias de vida de Paco y Nina no podían ser más distintos. A Paco le había ido bien y a Nina le había ido mal pero, en ambos casos, eso fue un asunto de suerte más que de talento o esfuerzo.  Paco, propietario de una exitosa empresa comercial, era bastante tonto. Nina, empleada en un puesto humilde, era inteligente. Paco, que venía de una familia en que hubo hasta un prócer, cuyo horrible retrato su madre le enseñó a reverenciar desde que tuvo memoria, era ignorante. Nina, hija de un profesor de literatura, despeinado y con ropa mal planchada, era culta. Paco era débil, Nina era fuerte. Pero la mayor diferencia entre ellos radicaba en que Nina era una mujer independiente dispuesta a tomar sus propias decisiones que fue capaz, cada vez que lo consideró oportuno y necesario, de desafiar la autoridad de sus padres y de su marido, mientras que Paco había estado toda su vida bajo el control de su madre (que en la novela se llama simplemente "doña señora" porque el narrador confiesa que no hay manera que recuerde su nombre) primero, y de Elena, su esposa, después.
Pese a sus dificultades y su precaria situación económica, Nina había vivido a su manera, mientras que Paco, a pesar de sus millones, había estado sometido, casi sin darse cuenta, a la voluntad de otros. Su madre, Doña Señora, había dominado a Paco desde antes de concebirlo. Elena, su esposa, presumía ante sus amigas de tenerlo bajo control. Madre y esposa, no solo le escogían la ropa, las comidas y las actividades recreativas, sino que hasta lo obligaban a asistir a numerosos compromisos sociales y culturales sin tomarse la molestia de preguntarle si le interesaban o no.
Paco fue uno de esos niños que ni corren ni juegan, uno de esos colegiales de zapatos brillantes peinado con vaselina que nunca destacó ni en el estudio, ni en el deporte, ni en las travesuras; uno de esos maridos que no son más que la sombra de una señora que, por ser figura protagónica de la alta sociedad, tiene un compromiso distinto para cada día de la semana; uno de esos empresarios que acaban haciendo crecer el capital heredado por pura inercia.
Su divorcio, sobra decirlo, fue su liberación. Y mientras trataba de descubrir cómo se vive libremente, su mirada tropezó con las esculturales piernas de Nina. Sí, al principio la atracción fue puramente física, pero conforme la conociendo más a fondo, llegó a admirar su soltura al hablar y al actuar, su desenfado, su despreocupación, es decir, su libertad, que era lo que él andaba buscando.
Nina, por su parte, al principio también consideró el hecho de que una salida nocturna se disfrutaba más con alguien que, aunque no fuera muy buen bailarín, ordenaba todo tipo de bebidas y bocadillos sin preocuparse por el monto de la cuenta. Ella no pretendía ni aprovecharse de él ni crearle falsas expectativas, por lo que solamente aceptaba sus invitaciones de manera esporádica pero poco a poco fue encontrando atractivo a ese curioso animal, nacido y criado en cautiverio, que acababa de salir de la jaula y quería insertarse al mundo salvaje sin saber cómo. 
Aunque mantenían su relación en secreto ante sus respectivas amistades, llegó un momento en que se veían casi a diario. Ellos pertenecían a mundos distintos y, si la cosa continuaba, como todo indicaba que iba a suceder, sería inevitable que Nina le permitiera a Paco entrar en su mundo y Paco llevara a Nina a conocer el suyo. Ella, que tenía más arrojo, dio el primer paso. Un domingo, Paco faltó a su acostumbrado juego de golf semanal en el Country Club y se fue tomado de la mano de Nina a ver un partido de fútbol en el estadio. "A la gradería de sol", presumiría luego ante sus amigos, "que es donde uno se divierte más." 
Paco quedó encantado con el mundo de Nina. En las reuniones que organizaba su esposa para beber vinos caros y comer platos extraños con personajes importantes vestidos de etiqueta, Paco, que era anfitrión, se sentía excluido, casi expulsado del grupo. Pero la noche de año nuevo que pasó con Nina y su familia, comiendo carne asada en el patio de la casa, fue tan bien acogido que llegó a sentirse miembro de pleno derecho del clan.
Para introducir a Nina en su mundo, Paco preparó algo así como una escena de cenicienta. Invitó a Nina a un baile en el club más elitista, encopetado y exclusivo del país, al que asistiría toda la crema y nata, natilla y yogurt de la alta sociedad. Allí estarían todos los que viven preocupados por el qué dirán y todos los que siempre dicen algo. Le compró a Nina bolso, vestido, zapatos y joyas para que no desentonara. Todas las asistentes al baile irían arregladas de manera similar, pero Paco estaba seguro de que Nina acapararía todas las miradas por su frescura, belleza y juventud. Al entrar al salón del brazo de aquella hermosura, experimentó una deliciosa sensación de éxito al descubrir que Elena, su exesposa, a la que sentía la necesidad de eliminar de su vida, estaba allí presente. Paco sonreía satisfecho al imaginar los comentarios que, durante semanas, tal vez meses, todos quienes lo conocían acabarían repitiendo en cuanta oportunidad tuvieran.
Cuando la orquesta empezó a tocar música moderna y las parejas de viejitos fueron a sentarse, Paco supo que había llegado el momento de que Nina se luciera bailando los ritmos en que era especialista. Todos los presentes, con la boca abierta, quedaron perplejos, tanto por la gracia y el encanto de la muchacha, como por la audacia del destape de un Paco prácticamente irreconocible. Nunca lo habían visto sudoroso, nunca lo habían visto frenético, nunca lo habían visto despeinado y contento.
La novela queda abierta. No sabemos si Paco y Nina acabaron esa noche por primera vez en la cama, ni si su relación duró mucho o poco después de hacerse pública. Lo que sí queda claro, y es la principal razón por la que vale la pena leer esta novela, es que, más que un intercambio de sexo por dinero, el romance de Paco, viejo y rico, con Nina, pobre y joven, es la historia de dos personas que vivían en mundos distintos y, sin darse cuenta de lo compleja que era la situación, cada uno quería entrar al mundo del que el otro quería salir.
INSC: 2726

miércoles, 7 de marzo de 2018

Comentarios del Dr. Abel Pacheco.

Comentarios. Abel Pacheco. Editorial
Univisión, Costa Rica. 1988.
La trayectoria del Dr. Abel Pacheco está llena de cambios sorprendentes. De soldado pasó a ser médico, de director de Hospital a vendedor de ropa y de comentarista de televisión a Presidente de la República. Nacido en 1933, hijo de Abel Pacheco y Tinoco y María de la Espriella, tenía apenas quince años de edad cuando su tío, el Coronel Rigoberto Pacheco Tinoco, se contó entre las primeras víctimas de la guerra civil de 1948. El coronel Pacheco Tinoco, hombre muy cercano al Dr. Calderón Guardia, creyó que con apenas la compañía de unos cuantos hombres, podría capturar a don José Figueres Ferrer, pero cuando ingresó en el territorio controlado por los rebeldes, su audacia le costó la vida. 
Al igual que su tío trágicamente fallecido, Abel Pacheco fue desde joven un incondicional calderonista, al punto que, en 1955, siendo un joven de veintidós años de edad, fue uno de los soldados que acompañaron al Dr. Calderón Guardia en la arriesgada y fracasada aventura de invadir Costa Rica desde Nicaragua. 
Tras concluir sus estudios de Medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México, se desempeñó como médico rural en Guápiles y Puriscal. Escribía relatos breves y, en 1972, fue galardonado con el Premio Nacional Aquileo Echeverría por su libro de cuentos Más abajo de la piel. Se especializó en psiquiatría y de 1973 a 1976 fue director del Hospital Nacional Psiquiátrico. Cuando renunció a su puesto, abandonó también la práctica profesional y se dedicó al comercio. Cerca del mercado central de San José instaló una tienda llamada "El palacio del pantalón", que atendía personalmente y que acabó siendo famosa por su publicidad en la que un personaje, llamado "Desampa Jones" invitaba a vencer "la moda furris".  En los anuncios de televisión, luego de mostrar la oferta de pantalones y precios, "Chiricuto", un muñeco de ventrílocuo, exclamaba: "¿Pero qué más querés?"
El periodista Guido Fernández lo invitó a colaborar en la televisión como productor de microprogramas educativos como Un instante de poesía, Ayer y hoy en la historia y Leyendas y tradiciones nacionales. Le brindó también un espacio, de más o menos un minuto, para que hiciera algún comentario.
Las pequeñas producciones de poesía, historia, tradiciones y leyendas pronto dejaron de transmitirse, pero el microprograma "Comentarios con el Dr. Abel Pacheco", estuvo al aire durante veinticinco años, de 1976 a 2001.
El formato era sencillo. Aparecía el Dr. Abel Pacheco sentado y mirando a cámara y, tras saludar con un invariable "¿Qué tal amigos?" se refería luego a algún hecho curioso al que intentaba sacarle una enseñanza o una moraleja y cerraba con un también invariable "Muchas gracias."
Como no se refería a temas de actualidad ni a acontecimientos recientes, sus comentarios nunca llegaron a generar polémica por su contenido. Su estilo, indiscutiblemente y, tal vez, hasta involuntariamente cómico, llegó a ser objeto de imitaciones jocosas.  Eran frecuentes parodias como: "¿Que tal amigos? En la Universidad de Michigan descubrieron que si se meten cuatro gatos en un saco y se sacan dos, quedan solo la mitad de los que había al principio. Muchas Gracias."
El Dr. Abel Pacheco se convirtió en un personaje popular. Era un señor mayor, sereno y de hablar pausado que lograba ser ingenioso al comentar, en un minuto, temas sin importancia.
Se involucró entonces en política. En 1994 fue candidato a vicepresidente, pero su partido perdió esas elecciones. Su paso como diputado por la Asamblea Legisletiva, de 1998 a 2002, se caracterizó por su silencio, ya que no hacía propuestas ni objeciones y, prácticamente, se limitaba a votar sin intervenir en los debates. Sin embargo, a pesar de que su papel como legislador no fue brillante, Pacheco ganó las elecciones presidenciales del año 2002. Su participación en los debates durante la campaña fue, como su programa de comentarios, de poco contenido en el fondo y de expresión chistosa en la forma.
Durante sus cuatro años como Presidente de la República, diversas personas se turnaron en la labor de coordinar la labor del gobierno, mientras don Abel, como lo llamaban, se limitaba a soltar de vez en cuando alguna de sus clásicas salidas de tono. Cuando leía los discursos era evidente que habían sido escritos por otros mientras que, cuando improvisaba ante un micrófono quedaba claro que de él no se podía esperar más que frases jocosas e ideas extrañas. Como los que planeaban, decidían y realizaban las acciones de su gobierno eran figuras de segundo nivel, cada vez que algo salía mal el presidente se disculpa diciendo "Me embarcaron".  Algunas de sus acciones y declaraciones fueron más allá de lo que los costarricenses estaban acostumbrados a ver natural en él, como cuando integró a Costa Rica, país que no tiene ejército, en la coalición que invadió Irak y, al ser consultado por la prensa dijo que prefería que murieran niños irakíes en vez de niños americanos.
Este reportaje calificó a Abel Pacheco,
como el recreo de la T.V.
En el año 2005, por cierto, se cumplieron los cincuenta años del último conflicto bélico en la historia de Costa Rica, pero el aniversario no fue conmemorado por el gobierno debido a que el Presidente había sido uno de los soldados invasores de 1955.
Desde que terminó su período presidencial, Abel Pacheco se ha mantenido retirado de la vida pública y solamente en muy raras ocasiones ha brindado declaraciones a la prensa. Cuando lo ha hecho, sin embargo, ha mantenido su fórmula de dar rodeos sin extenderse mucho, nunca referirse a nada concreto, contar una historia extraña y rematarla con alguna expresión ingeniosa y sorpresiva.
Ese es, en todo caso, la imagen de Abel Pacheco que perdura. Abel Pacheco no es recordado como soldado, ni como médico rural, ni como psiquiatra, ni como escritor, ni como vendedor de pantalones, ni como diputado y, ni siquiera, como Presidente. Todo eso pasa a segundo plano. Abel Pacheco es, ante todo y sobre todo, el personaje de los comentarios de televisión.
Aunque su microprograma se miraba sin gran atención y lo que decía se olvidaba casi de inmediato, recuerdo un par que fueron verdaderamente disparatados. Una vez, mencionó que en un zoológico dos animales (macho y hembra) que habían nacido en cautiverio parecían no estar interesados en aparearse y sugería que les mostraran videos de ejemplares de su especie en libertad teniendo relaciones sexuales para estimularles el deseo. En otra ocasión propuso que todos los orinales deberían tener una mosca pintada para que los hombres se concentraran en apuntarle y, de esa forma, no orinaran afuera. Remataba el comentario diciendo que, si alguien tenía problemas para orinar, para solucionarlo simplemente debía ponerse a repasar mentalmente las tablas de multiplicar ya que, en sus estudios de medicina y psiquiatría había aprendido que la función mental que regula la capacidad de orinar y la de multiplicar se encuentran en el mismo lugar del cerebro y una estimula a la otra. 
Cuando ya el programa de televisión había desaparecido y su gobierno había terminado, tuve la suerte de encontrarme, en una tienda de libros usados, un pequeño tomo, publicado por Univisión Canal 2,  con una recopilación de sus comentarios. El libro entero se puede leer en apenas un momento, ya que las páginas se pasan tan a prisa como las de una revista de barbería. Su lectura tampoco requiere mucha atención ya que, francamente, del libro no se espera nada. No se espera una prosa elegante ni agradable, tampoco una idea novedosa ni un reflexión profunda y ni siquiera, un dato revelador o una información sorprendente. Más bien, de alguna manera está claro desde el principio que todos los hechos que se mencionan son falsos, tergiversados, inventados o tienen como fuente alguna otra publicación de dudosa credibilidad. En la inmensa mayoría de los casos, todo lo dicho raya en lo inverosímil. Está claro que las historias que cuenta sobre el hombre más rico o el más gordo del mundo, no son comprobables ni ciertas, pero en todo caso, eso carece de importancia. La recomendación de llevar en el bolsillo un aerosol de gas picante, cuando se va de paseo por los bosques de América del Norte, para poder defenderse del ataque de un oso, está muy lejos de ser un buen consejo. 
En el libro, cuenta una versión libre de la leyenda guatemalteca del caballo de Hernán Cortés, afirma que en América Latina hay muchos pobres porque ser rico es considerado de mal gusto y recomienda a las mujeres dejar de fumar ya que la nicotina, al actuar sobre el ovario, hace que les aumente el vello facial y les salga barba y bigote.
La historia del gánster sueco cuyo corazón fue reemplazado por un aparato mecánico y, gracias a esa operación, logró librarse de una condena, ya que la ley de Suecia considera a un hombre muerto cuando su corazón deja de latir, es una de las más memorables.
Es evidente que Abel Pacheco llegó a ser Presidente de la República porque, gracias a sus comentarios, se había convertido en un personaje muy conocido que entretenía con sus extrañas historias y le resultaba simpático a la gran mayoría de la población. Tras repasar el libro de sus comentarios, lo que no queda claro es cómo alguien pudo haber creído que el autor de esas páginas sería capaz de gobernar un país.
INSC: 2694

lunes, 26 de febrero de 2018

María sin casa y sin amo. Novela de Alejandra Gutiérrez.

María sin Casa y sin Amo. Alejandra
Gutiérrez. Editorial Costa Rica.
Costa Rica, 1980.
María Espino, la protagonista de la novela María sin Casa y sin Amo, de Alejandra Gutiérrez, ha sufrido tanto que se ha convertido en poco más que una sombra. Pese a ser una sobreviviente de mil tragedias, ha llegado a ser un fantasma en vida que, en distintos lugares y circunstancias, ha enterrado a sus hijos, a sus amigos y a sus amantes. Perdió a sus hijos en las guerras, le quemaron su casa cien veces, la desterraron y, para poder regresar a un paisaje que le fuera familiar, aunque ya no quedara en él nadie que la recordara, debió darle la vuelta al mundo.
Al principio del relato la encontramos cerca del río. Ella hubiera querido contemplar, desde la orilla, su propio cuerpo dejándose llevar corriente abajo. Imagina que recogerían más abajo, hinchada y mordida por los peces. Pero la novela  no es, como parece de primera entrada, la crónica de un suicidio, sino la bitácora de un largo viaje a través del tiempo, del espacio y de las emociones.
Para quienes gustan de datos concretos, se puede consignar que la novela está ambientada en Chile. Varias pistas así lo indican. Sin detenerse en descripciones y casi sin mencionarlos, de alguna manera se adivina la presencia de los altos montes y el desierto. La protagonista suspira porque haya "tanta vida y tanta muerte en un país tan pequeño y delgado". Se citan, repetidas veces, versos de Gracias a la Vida, de Violeta Parra. En algún momento aparece un carabinero, la protagonista se abriga con poncho y de vez en cuando, entre las pocas palabras que dice en voz alta, utiliza expresiones coloquiales chilenas. Sin embargo, más que un sitio geográfico concreto, los episodios de la novela ocurren dentro de la memoria de María, un espacio que ha llegado a ser caótico y confuso, en que las imágenes, los hechos y los diálogos se suceden de manera incoherente e inconexa. 
No es posible brindar una semblanza cronológica de los hechos. En esta novela, uno no sabe qué ocurrió primero y qué pasó después. Ni siquiera está clara la distinción entre lo ocurrido y lo imaginado, puesto que en la mente de María hay una mezcla de recuerdos, pesadillas, alucinaciones y anhelos. En el recuento de su viaje, no se sabé si va al norte o al sur, si se aleja o regresa, qué le sucedió de ida y qué de vuelta, a dónde va ni de dónde viene. 
Abrazando con fuerza su guitarra, para protegerla de los bamboleos de la carreta, María, ante la avalancha de recuerdos que no la dejan ni un minuto en paz, repasa la conversación que sostuvo con el caballo del carabinero y evoca al viejo misterioso, que hacía agua por los ojos mientras sus manos se convertían en raíces, hasta que solamente quedó su sombrero al lado del camino.
Cuando lo imaginario se torna real, lo real deja de serlo. María llora, pero aquello no era llanto, reza, pero aquello no era un rezo. 
En el fondo, María es el único personaje de la novela. Sus hijos, amantes, esposos y parientes, no son más que recuerdos borrosos. El cojo, el caballo del carabinero, los compañeros de viaje en la caravana, que muy probablemente ni siquiera existan, sino que hayan sido creados por su imaginación, pasan frente a ella como sombras y acaban disolviéndose como sal, o azúcar, en el agua.
Hay, en la novela, alguna referencia social planteada de manera muy sutil. Los que sufren, como multitudes opacas, marrones o grises, marcharon tras una bandera roja con la aspiración de hacer "el hombre nuevo". Solamente María, la loquita, se atrevió a preguntar si "la mujer nueva" formaba también parte del plan.
El libro está lleno de imágenes sugerentes que, muy probablemente, esconden un buen número de mensajes ocultos. Quien ahonde en los simbolismos que pudieran encerrar los diversos elementos de la novela encontrará, sin duda, amplio material para profundos temas de reflexión. No es mi intención descifrar todo lo que en esta obra hay de misterioso. Una narración literaria, por enigmática que sea, no es un acertijo y, en todo caso, como decía Max Jiménez"todo esto está escrito de manera distinta para cada uno."
Al terminar de leer María sin casa y sin amo, lo que queda no es el recuerdo de una historia convencional con planteo, desarrollo y desenlace, sino más bien la sensación de haberse sumergido en un sueño algo confuso en el que el sufrimiento acecha, la huida es constante y la esperanza está aún viva.
INSC: 2723

domingo, 7 de enero de 2018

Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica por Constantino Láscaris.

Desarrollo de las ideas filosóficas
en Costa Rica. Constantino Láscaris.
STVDIM. Costa Rica, 1984.
Desde su arribo a Costa Rica, en 1956, Constantino Láscaris se interesó por conocer los escritos filosóficos que, a lo largo de la historia, habían sido publicados en el país. Satisfacer su curiosidad fue tarea difícil porque los ensayos de los pensadores costarricenses no fueron recopilados en libros, sino publicados de manera dispersa en periódicos y revistas. Ya metido en la investigación, el propio Láscaris se mostró sorprendido por la abundancia de material que encontró. Como ya había señalado Rubén Darío, "Costa Rica intelectual posee más savia que flores". en el sentido de que, ya en su tiempo, en el país había más ensayistas que poetas.
En 1965, Láscaris publicó el fruto de sus investigaciones en un voluminoso tomo de más de seiscientas páginas titulado Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica. La obra, a pesar de ser una rica fuente de referencias, no generó reacciones. Los intelectuales ticos, ya fueran escritores, historiadores o, incluso, filósofos, no se molestaron en comentarla.
En el prólogo a la segunda edición, Láscaris mismo declaró que a su obra podría criticársele el hecho de no ser un trabajo exhaustivo ni, tampoco, de síntesis. El libro es extenso pero cada apartado apenas brinda datos indispensables.
Cabe señalar, además, que el ambicioso título no corresponde con el contenido. Ni se expone un desarrollo ni se enfoca en las ideas filosóficas. Empieza haciendo una reseña de la enseñanza de la Filosofía en el país, se detiene a repasar las actividades de la Universidad de Sant Tomás, pero el grueso de la obra no es más que una larga lista de notas sobre escritores costarricenses que se ocupan más de sus vidas que de sus obras. A cada uno lo ubica dentro de una corriente filosófica y consigna la referencia bibliográfica de sus obras publicadas pero la atención está en la persona, no en sus ideas.
Quien mucho abarca, poco aprieta. Es natural que en una obra tan extensa los datos erróneos acaben siendo numerosos, pero no deja de ser molesto que la primera línea del texto empiece con un error histórico al afirmar, como un hecho, la leyenda de que el nombre de Costa Rica fue puesto por Cristóbal Colón. Por otro lado, las fechas de nacimiento y muerte de buena parte de los personajes biografiados suelen estar equivocadas por un par de años.
La clasificación a veces es inexplicable, especialmente por la falta de citas textuales de los autores. Joaquín García Monge y Omar Dengo aparecen como "anarquistas" y el obispo Bernardo Augusto Thiel como "doctrinario católico."  Los títulos mismos de los apartados son bastante curiosos. Al pensamiento socialcristiano lo trata por su nombre, pero a la Social Democracia la llama "Social estatismo"
Constantino Láscaris (1923-1979).
Hay también omisiones de peso. En el apartado de los liberales no incluyó a don Juan Trejos Quirós, quien sí aparece en otro capítulo como estudioso de la Psicología. En la sección sobre pensamiento socialcristiano incluye a Jorge Volio, Mons. Víctor Manuel Sanabria y el Dr. Calderón Guardia, pero no se refirió a don Carlos María Jiménez Ortiz, quien no se menciona del todo. En la parte dedicada a la estética, aparecen el poeta Rogelio Sotela, don Francisco Amighetti y Max Jiménez, quienes fueron ante todo creadores y no teóricos. En la sección de filosofía poética solamente incluyó a Fernando Centeno Güell.
Pero lo verdaderamente desconcertante es la forma en que presenta a los autores. Láscaris, en el prólogo, advirtió: "He procurado ser objetivo y expositivo; no he evitado, sin embargo, dar juicios y opiniones cuando se me han ocurrido."
Ciertamente muchos de sus comentarios solamente pueden ser considerados como ocurrencias.
Al referirse a Teodoro Olarte lo presenta con estas palabras: "Vasco macizo; de presencia que impone respeto, distancia al principio y afecto pronto; fumador de pipa que posee una mente rigurosamente metafísica."  Pues bien, quedamos enterados de que el profesor Olarte era un vasco macizo (lo que sea que eso signifique) y que fumaba pipa. Lo que no queda claro es por qué consideró importante mencionarlo
Más inexplicable aún es la forma en que se refiere a Mons. Sanabria. El arzobispo Víctor Manuel Sanabria Martínez, además de clérigo, fue historiador, genealogista, traductor del alemán y empresario periodístico. Autor de rigurosas investigaciones, había obtenido con honores su doctorado y fue figura protagónica en la reforma social de los años cuarenta así como mediador en la guerra civil que empezó poco después. Haciendo a un lado todo esto, Láscaris lo presenta diciendo: "Víctor Sanabria era por su aspecto un indio puro."
Ciertamente las facciones del arzobispo correspondían más a las de un aborigen que a las de un europeo, pero en América Latina, donde todos somos mestizos, no es algo que llame la atención. Láscaris publicó su libro cuando ya tenía una década de vivir en Costa Rica, es decir, no estaba recién llegado, así que es difícil de comprender las razones por las que dejó esa ocurrencia por escrito. Por otra parte, Láscaris no tuvo oportunidad de conocer en persona a Sanabria, quien murió años antes de su arribo al país. En todo caso, juzgar a un pensador por su aspecto no tiene sentido, como tampoco lo tiene hacerlo por su biografía. Salvo lo que se refiere a su formación, la vida personal, así como las andanzas y aventuras de un filósofo, no pasan de ser un aspecto anecdótico sin mayor relevancia para conocer sus ideas.
Lo rescatable y verdaderamente valioso de Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica son las referencias bibliográficas. Quien tenga el interés de buscar ensayos publicados en el país, encontrará en esta obra referencias de gran utilidad. Todo lo demás, lamentablemente, es prescindible, ya que las numerosas biografías aparecen agrupadas en una clasificación caprichosa y están aderezadas con datos erróneos y ocurrencias desconcertantes.
INSC:  1800

martes, 2 de enero de 2018

Corazón joven. Novela de Rafael Angel Troyo.

Corazón Joven. Rafael Angel Troyo.
Editorial Costa Rica,
Costa Rica, 1985
Poeta, novelista y compositor, Rafael Angel Troyo fue también un personaje singular cuyas excentricidades, ciertamente provocadoras, solían perturbar la monótona calma de la ciudad de Cartago durante los primeros años del Siglo XX. 
Tercer hijo de José Ramón Rojas Troyo y María de los Dolores Pacheco Ugalde, creció rodeado de comodidades, libros, obras de arte y conciertos musicales. Su padre, rico comerciante y cafetalero, propietario de grandes fincas en Agua Caliente, era un gran coleccionista de objetos precolombinos, de los que llegó a reunir, junto con su hermano Domingo, un buen número de piezas de oro y cerámica extraídas en la región de Osa. Su colección, donada en 1887, fue la base del Museo Nacional. Su mecenazgo, además de en la arqueología, fue también generoso en la música. Don José Ramón Rojas Troyo fue quien donó, en 1883. los instrumentos musicales a la Sociedad Euterpe, presidida por el maestro español José Campabadal, quien fundó una orquesta de cámara en Cartago.
En su casa, construida por el arquitecto italiano Francesco Tenca y decorada por el también italiano Paolo Serra, situada en los alrededores del parque Jesús Jiménez, se encontraba una de las más bastas bibliotecas de la ciudad. Juan de Dios Troyo, hermano de Rafael Angel, era ciego pero, a pesar de esta limitación, era un gran amante de la literatura y solía contratar maestros por horas para que fueran a leerle.
Cuando Rafael Angel Troyo terminó sus estudios en el Colegio San Luis Gonzaga, su padre lo envió a Estados Unidos para que aprendiera inglés y estudiara administración comercial. Sin embargo, lo que descubrió durante su permanencia en el país del norte fue su habilidad creativa. En New York escribió su primer libro Terracotas (1900) y compuso varias obras musicales que fueron muy celebradas. Mi princesita, Día de bodas y Marcha Triunfal fueron los títulos de sus primeras composiciones. También fue autor de piezas bailables. Un One Step de su autoría llegó a amenizar fiestas de la alta sociedad neoyorkina y, según cuenta su biógrafo Federico Mora, Troyo ejecutaba también un vals con silbidos acompañándose únicamente por enormes brazaletes de cascabeles colgados en sus muñecas.
Después de su estadía en New York se trasladó a París, donde residió una larga temporada y vivió también en Londres, Berlín y Roma.
En el barco de regreso a Costa Rica escribió su libro de poemas Ortos Estados del alma (1903). Más tarde publicaría Poemas del alma (1906) y Topacios, cuentos y fantasías (1907). Se conocen los títulos de dos libros que no llegó a terminar: Rosalba y La historia de un músico triste
Rafael Angel Troyo. Escritor, poeta y compositor.
(1875-1910)
La fortuna familiar era capaz de brindarle una vida económicamente holgada y, por ello, se aventuró en ambiciosos proyectos editoriales que, lejos de generarle ni un centavo de ganancia, más bien le causaron enormes pérdidas. Con Máximo Soto Hall y Ricardo Fernández Guardia publicó la revista Pinceladas.  Otras publicaciones suyas fueron la Revista Nueva con el hondureño Pastor Turcios, Musa Americana con José María Zeledón y el colombiano Pastor Ríos. Su último intento periodístico se llamó Bizancio que, como los anteriores, tuvo corta vida. Las revistas que intentó establecer fracasaron tanto por falta de lectores como de anunciantes.
En Cartago, Rafael Angel Troyo era un personaje conocido pero a decir verdad no muy querido. Sus excentricidades no eran bien vistas por los habitantes de la vieja metrópoli en la que, como recuerda Mario Sancho en sus memorias, hasta los más ricos acostumbraban llevar una vida hogareña y recatada. El paseo que daba Rafael Angel Troyo todas las tardes por la ciudad, montado en un elegante caballo peruano lo convertía en una figura pintoresca, sobre todo por el hecho de no llevar puesto el sombrero para que su larga melena se agitara con el viento. También llamaba la atención de los vecinos el hecho que el poeta, cuando decidía dar una caminata, tuviera como sitio predilecto el cementerio, en el que solía deambular entre las tumbas durante horas. 
Más que un artista que vivía a su manera, lo consideraban un ricachón vagabundo. Los chismosos decían que le faltaba talento y le sobraba dinero y llegaron a afirmar que había pagado a creadores pobres la composición de los poemas, cuentos y piezas musicales que presentaba como suyos. 
Las fiestas que ofrecía en su casa se caracterizaban por el derroche sin medida. Se bebía champán francés y se degustaba caviar ruso. En una oportunidad, la celebración de su cumpleaños acabó mal ya que tanto él como todos sus invitados fueron a dar a la cárcel. La fiesta fue convocada a las ocho de la noche en una funeraria que se encontraba al lado del Parque Central. Los ataúdes servían de mesas y presidía el recinto una lechuza disecada. A la media noche, decidieron realizar un desfile por las desiertas calles de la ciudad. El poeta llevaba en alto la lechuza, mientras que sus amigos, ya bastante ebrios, portaban cirios encendidos y aúllaban como seres de ultratumba. Los policías, que fueron a ver qué pasaba, al ver la procesión salieron huyendo. A la mañana siguiente recogieron a los participantes de las aceras en las que se habían quedado dormidos. Algunos parecían muertos y, al ser depositados en carretas de bueyes, las autoridades no tenían claro si enviarlos a la cárcel, al hospital o la funeraria de la que habían salido.
Tras la muerte de Rafael Angel Troyo tanto su persona como su obra cayeron en el olvido. Era, como decía don Alberto Cañas, un escritor ignorado en el doble sentido de la palabra. Ignorado, porque el público no sabía de él, e ignorado también porque los estudiosos no le prestaban atención. 
Más de setenta años después de su muerte, su nieto, el escritor Daniel Gallegos Troyo, encontró un ejemplar de Corazón Joven, la novela romántica que Rafael Angel Troyo había publicado en 1904. La puso a circular por medio de fotocopias y, acogida por don Beto, fue publicada por la Editorial Costa Rica en 1985. 
Ambientada en Francia, relata la historia de Jorge Nodelle, un joven libertino que escapa del mundanal ruido de París y va a visitar a su vieja tía Gabriela, que vive en el campo. En casa de la tía conoce a Margarita, ahijada de Gabriela, de quien se enamora tan inmediata y perdidamente como solo en las novelas de esa época suele ocurrir. Si se centra la atención en la historia de amor de Jorge y Margarita, la novela no pasaría de ser un relato cursi y meloso. Paseos tomados de la mano, besos a escondidas, suspiros y miradas profundas que acaban, como era esperarse, en una boda de sueño como primer paso a un futuro prometedor.
Sin embargo, el personaje de más peso en la novela no es ninguno de los enamorados, sino la vieja tía solterona que, pese a que ama tanto a su sobrino como a su ahijada, ante el noviazgo y la boda que se avecina, sufre internamente de furiosos arranques de celos, de envidia, de frustración y de ira. Ella, solterona y virgen en la vejez, que nunca ha sabido, ni sabrá, lo que es ser amada ni deseada, encuentra, al mirar la felicidad de sus parientes, un recordatorio cruel que subraya la soledad de su propia vida. Se torna irascible, finge estar enferma, intenta incluso sabotear el enlace pero, al final, resignada, asiste como testigo a la boda que, pese a la rica decoración de la capilla y la belleza de la ceremonia, para ella fue una verdadera tortura.
Innegablemente, en muchos aspectos Corazón Joven es una novela romántica decimonónica. Inacabables descripciones de recintos, salas y jardines. Numerosas exclamaciones que empiezan con el infaltable "Oh". Diálogos recitados llenos de expresiones construidas con retruécanos. Paisajes bucólicos con pajarillos y flores en primavera, árboles desnudos y suelo cubierto de hojas secas en otoño y campanarios erguidos en medio del blanco paisaje del invierno.
La insistencia en describir el ambiente lujoso también es obsesiva: pisos de mármol, cubiertos y fuentes de plata, vestidos llenos de brocados.
Pero incluso en medio de tanta seda en la ropa y tanta flor en el jardín, Corazón Joven es una novela muy rica en el escenario psicológico que propone. La soledad de una anciana que nunca tuvo una relación ni romántica ni apasionada y la manera callada y digna en que carga en silencio su frustración.
Es famosa la polémica sobre el nacionalismo en la literatura que se desató en 1894 a raíz de la publicación de los cuentos de Ricardo Fernández Guardia quien, como Troyo, era afrancesado. Corazón Joven, ambientada en Francia, fue publicada apenas un año antes de que aparecieran las celebradas Concherías de Aquileo Echeverría. La literatura costarricense, a la larga, siguió la senda nacionalista y los estudiosos de la materia dejaron de prestarle atención a las obras de vocación cosmopolita. La publicación de Corazón Joven, exactamente un siglo después de la famosa polémica, llamó la atención sobre esa otra literatura costarricense a la que no se le presta la atención que merece.
El final de la vida de Rafael Angel Troyo fue trágico. Amante de la música, asistió al concierto que el coro del Hospicio de Huérfanos de Cartago ofrecía en la iglesia de los padres salesianos el 4 de mayo de 1910. Cuando empezaron las sacudidas del terremoto que destruyó la ciudad ese día, Troyo salió a la calle y un bloque de piedra del campanario cayó y le golpeó la cabeza. Con su melena empapada en sangre lo trasladaron al parque donde, acostado, agonizó acompañado por su esposa, Lidia Jurado Acosta, y sus tres hijos pequeños, René, Virginia y Luz Argentina. Toda la noche mantuvo los ojos abiertos y murió al día siguiente. Faltaban dos meses para que cumpliera los treinta y cinco años.
Uno de sus escritos, por cierto, parecía una premonición de sus últimos momentos:

"La tarde palideció. Y los altos montes, los valles y colinas se llenaron de silencio.
Desde la vera del camino, mi amada y yo, asistíamos a la muerte del sol y veíamos como después de ese gran incendio del crepúsculo que lo había iluminado todo con sus rojos fulgores, solo quedaban grupos de enormes sombras que pasaban enlutando la inmensa comba de los cielos.
En torno nuestro, las cosas iban perdiendo su real aspecto, para arroparse en ese fantástico velo que tiende el misterio de la noche.
En la bóveda celeste surgió la luna redonda y bella.
Y sobre nuestras cabezas pasó en rápido vuelo la última pareja de palomas que  venían del monte.
—¡Mira!— me dijo de pronto mi adorada —mira aquella estrella que vuela. Ya se ocultó en la luna... ¿Es acaso un pájaro del cielo que va huyendo de la noche?
—Sí —le contesté— es un ave de luz que va a su nido, a ese refulgente nido de plateadas hebras, que afanosa un día colgó del firmamento."

INSC: 1775.
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