viernes, 28 de noviembre de 2014

Un canto a la amistad verdadera.

El capitán Pinillo. Oscar Monge Maykall.
Guayacán, Costa Rica, 1995.
Escrita solamente con diálogos, la novela El capitán Pinillo de Oscar Monge Maykall, logra involucrarnos en la vida de un hombre que, luego de perder a su esposa, descubre que aún le quedan el mar, la amistad y el futuro.
Tras enviudar, Pinillo, un humilde fabricante de botes de Quepos, descubre que la soledad es algo horrible y que si se queda en el rancho que ahora siente vacío, pronto morirá él también. Desde el momento mismo de dejar a su mujer en el cementerio, se sumió en una profunda depresión. No comía ni tomaba café. Había perdido el interés por todo lo que lo rodeaba y se pasaba las horas pensando únicamente en que su final también debería de estar cerca.
Para despejarse y distraerse, decide cambiar de ambiente. Sin brindarle mayores explicaciones a sus familiares (que ya habían notado que el abuelo no andaba muy bien), una mañana parte hacia Uvita, a pasar unos días en casa de su amigo Juan González.
Juan y Pinillo eran amigos desde aquellos lejanos tiempos en que, según ellos, no se conocía el egoísmo. Cuando alguien se iba a juntar, todos cooperaban para levantarle un rancho de caña brava y techo de palma que, en cuestión de un día, lo dejaban hasta barrido. Pinillo se juntó con su mujer a los catorce años y Juan, naturalmente, participó en la construcción del rancho. Ahora que ambos están viejos, los días que pasa con su amigo le sirven a Pinillo para comprender que haberse quedado viudo no significa haberse quedado solo.
Ambos han vivido siempre cerca del mar y un día descubren que el mar les ha puesto una tarea. La marea ha dejado en la playa un gran tronco que, trabajándolo como ellos saben hacerlo, podría convertirse en un hermoso bote. Pinillo, sin saber por qué, había llevado sus herramientas y, ni lerdos ni perezosos, ponen manos a la obra. Gracias a ese proyecto, su visita se prolonga por más de lo pensado, ya que Pinillo no quiere marcharse sin dejar el bote terminado.
La historia está basada en un hecho y un personaje real. El libro está dedicado a Pinillo, a sus hijos y nietos. Oscar Monge Maykall, oriundo de Quepos, como su personaje, logró con su primera novela un hermoso y conmovedor relato en que la nostalgia es el platillo principal. A lo largo del texto, son numerosas las digresiones en que se lamenta la transformación de Quepos, de un paraíso perdido y remoto, habitado pr personas sencillas y honradas, en un centro turístico en el que los principales propietarios de tierras no son oriundos del lugar. Los descendientes de los habitantes originales han acabado trabajando como peones  han emigrado a la ciudad. 
Escrita totalmente en diálogo, en El capitán Pinillo los giros y las expresiones coloquiales de los quepeños se reproducen con formidable precisión lo que le da a la novela un sabor auténtico que, sin lugar a dudas, debe destacarse como uno de sus más grandes méritos.
La esposa muerta de Pinillo lo visita en sueños para recordarle que el espíritu de lucha nunca debe abandonarse. El futuro abierto a posibilidades desconocidas, está sugerido por el del nieto de Pinillo, que nació poco después de la muerte de su esposa. Pinillo no quiere regresar a casa sin terminar el bote, pero también arde en deseos de conocer a su nietecito recién nacido. Abuelo y nieto, además de la misma sangre, compartirán la misma tierra: Quepos. Un Quepos distinto, eso sí. El de Pinillo ya no existe. El del nieto todavía no ha empezado a surgir. Muy probablemente, en el Quepos al que le tocará vivir al nieto no habrá nadie que, como su abuelo, con solo un hacha sea capaz de convertir un tronco en un bote. Los viejos suspiran por los tiempos idos, los jóvenes se plantan ante el presente sin arrugar la cara y la vida del recién nacido, como el futuro del pueblo en nació, es un misterio sobre el que poco o nada se puede prever.
La soledad va y viene, los ciclos de la vida se cierran y se abren y la verdadera amistad es tan eterna como el mar. A cada uno le tocará librar una lucha distinta en este mundo, pero la vida, hasta el momento mismo en que termina, siempre está empezando.
Quepos, Cantón de Aguirre, en la costa pacífica de Costa Rica. Pinillo, un
fabricante de botes local, es el personaje de la novela. El autor, Oscar Monge
Maykall, llegó a ser alcalde de la comunidad.
INSC: 1087

martes, 25 de noviembre de 2014

El difunto Matías Pascal.

El difunto Matías Pascal. Luigi Pirandello.
Salvat, España, 1972.
La vida tiene momentos difíciles, algunos tan angustiantes que uno quisiera volver a empezarla de cero, borrar todo el pasado, perder hasta el nombre y los recuerdos y, con una nueva identidad, intentar hacer las cosas de modo distinto y ser otro distinto al que ha sido. La vida es hermosa, pero a veces se complica y muchos, al descubrir que llevan años caminando en un callejón sin salida, estrecho y oscuro, desean ser otra persona. El suicidio no los tienta. Quieren seguir viviendo, pero no así.
Matías Pascal, el personaje de la novela de Pirandello, tuvo la oportunidad de hacer un paréntesis de dos años en la vida que se le había tornado insoportable.
Existe la creencia equivocada de que El difunto Matías Pascal es la única novela del italiano Luigi Pirandello, quien es más conocido por sus obras de teatro. Pirandello escribió otras novelas y bastante poesía, pero Matías Pascal, publicada en 1904, es la única de sus obras de narrativa que se sigue leyendo.
A Matías, el protagonista, se le complicó la vida. Su padre era rico y dejó una sabrosa herencia que su madre, que era un alma de Dios, bobalicona e inocente, puso en manos de un administrador que le robaba descaradamente. Matías, Berto su hermano y hasta la propia Mamma, estaban conscientes de que los manejos financieros del administrador eran tramposos, pero como nunca les faltó nada y vivían bien, nunca se preocuparon por defender a tiempo su patrimonio. Berto se salvó al contraer un matrimonio ventajoso y largarse del pueblo, pero Matías y su madre quedaron a merced de Malagna, el administrador, al que nunca confrontaron. 
La vida de Matías era la de un rico propietario de provincias. No sabía hacer nada, era un vagabundo sin oficio ni beneficio y tenía una bien ganada reputación de idiota, inútil y causante de problemas. Un enredo bastante complicado, enemistó a Matías con Malagna. El asunto fue así: Malagna tenía la ilusión de tener hijos, pero tal parece que era estéril. Matías pretendía a Oliva, una campesina bella, robusta y sana que nunca cedió a sus demandas. Cuando Malagna enviudó, se casó con Oliva con la esperanza de tener hijos, pero siguió sin descendencia. Malagna tenía una sobrina, Romina, que sí cayó en los brazos de Matías. Romina, al quedar encinta, rompió relaciones con Matías e hizo creer a Malagna que el hijo que venía en camino era suyo. Matías entonces, indignado de haber sido utilizado como padrote, sedujo a Oliva, quien ya era esposa de Malagna y también la preñó. Malagna era ladrón, pero no tonto y, al percatarse del doble (o triple o cuádruple) engaño, obligó a Matías a casarse con Romina y ya sin miramientos de ninguna especie, acabó dejando a Matías y su madre en bancarrota.
De ricachón ocioso Matías pasó a convertirse en desempleado hambriento. Su esposa y su suegra lo odiaban. Su madre pasaba encogida sentada en una silla y él no tenía un pan que llevarse que la boca la día siguiente. Para tener al menos con qué comer, consiguió que el municipio le encargara el cuidado de una biblioteca antigua que nadie visitaba. Allí pasaba el día entero soportando el olor a moho, cazando ratas y tratando de hacer un poco de orden en esa babel de libros. En ocasiones se trepaba en una escalera para alcanzar uno de los libros grandes del estante de arriba. Lo dejaba caer sobre lo alto y, al chocar contra la mesa, se levantaba una nube de polvo de la que salían despavoridas varias arañas. Saltaba de la escalera y, con el mismo libro, mataba las arañas y, luego, se sentaba a leer. Su trabajo era absurdo y sus lecturas inútiles, pero al menos en la biblioteca estaba lejos de la mirada de su mujer y su suegra y podía olvidar la triste vida que tenía. Su mujer dio a luz unas gemelitas. Una se murió casi de inmediato y la otra, que era su única alegría en el mundo, murió cuando tenía un año, el mismo día que murió su madre.
Luigi Pirandello. 1867-1936.
La vida de Matías, si es que aquello puede llamarse vida, no tenía ningún sentido. Su trabajo era ridículo, estar en la casa con su esposa y su suegra le resultaba insoportable, no tenía amigos, ni fortuna, ni amor, ni sueños, ni planes, ni nada. Su hermano Berto, con ocasión de la muerte de la madre, le había enviado un poco de dinero que Matías había escondido en la biblioteca. Un buen día se echó el dinero a la bolsa y tomó el tren. ¿A dónde? ¡A dónde fuera! Simplemente quería huir de su existencia. Lo tenía decidido: llegaría hasta donde pudiera y, en caso de que no encontrara ninguna oportunidad, en cuanto el dinero se le acabara se suicidaría donde nadie lo conociera. Acabó en Mónaco y, para apresurar un desenlace que parecía inevitable, entró al casino de Montecarlo para que fuera la ruleta quien decidiera el momento de su muerte. 
Matías apostó y ganó. Siguió jugando y siguió ganando. Naturalmente se alegró pero, cuando ya tenía un buen montón de fichas frente a sí, en un instante de lucidez recordó su vida y se percató de aquel dinero a la larga también desaparecería y, resignado a poner fin a sus días, empujó el cerro de fichas para apostarlo todo a un solo número. Matías miraba la bolita blanca girar en la ruleta y, al detenerse, escuchó como si fuera un eco lejano la voz del croupier que decía "vingt cinq impair et rouge". Había ganado otra vez.
Matías se hospedó en una pensión cerca del casino y durante varios días fue a jugar a la ruleta. Disfrutaba el vértigo de saber que su vida dependía solamente del azar. Decidió retirarse cuando apareció en el jardín el cuerpo de uno de los apostadores habituales, que se había pegado un tiro en la frente. Al mirar aquel hombre tirado en el suelo, Matías abandonó su idea de dar algún día un espectáculo similar.
En el tren de vuelta a su pueblo, leyó en el periódico una nota titulada "Suicidio" y, al leerla, en vez de encontrarse con el caso del casino, se sorprendió al leer que la noticia se refería a la muerte de Matías Pascal, el bibliotecario, que había sido encontrado ahogado. De primera entrada, quiso correr a desmentir el error, pero luego, ya sereno, se preguntó "¿Para qué?"
Matías se sintió libre, sin ataduras. Había muerto. Su pasado ya no tenía importancia. Tenía la oportunidad de vivir otra vida, inventarse un nombre, un pasado, ser alguien distinto. De rico vagabundo, pobre miserable y jugador al borde de la muerte, Matías Pascal, ahora con el nombre de Adriano Meis, se convirtió en fantasma viviente. 
Estoy tentado a contar las andanzas de Adriano Meis en Roma, huésped en la casa de aquel viejito loco don Anselmo, aficionado a las sesiones espiritistas quien, en una ocasión, le causó escalofríos al protagonista de nuestra historia al comentarle que las almas de los suicidas acaban errando sin rumbo fijo por el mundo. También me entran ganas de evocar la dulzura con que nuestro héroe se enamoró de Adriana Paleari, así como de contar el descabellado final de esta historia, pero no quisiera arruinarle la sorpresa a quien aún no haya leído el libro.
En todo caso, esta novela es muchísimo más que la historia que se cuenta en ella. Yo la he leído varias veces a lo largo de los años y me sé el cuento de memoria al derecho y al revés. Sin embargo, cada cierto tiempo me siento llamado a leerla de nuevo. Entre las cosas que más me atraen de este libro está la capacidad de Matías de reírse de sus desgracias. Es una tragedia narrada en clave cómica. Matías, que en las muchas horas muertas que pasó en la biblioteca leyó gruesos libros de filosofía, se hunde con frecuencia en pensamientos profundos y esclarecedores. Su mente da vueltas para encontrarle sentido al absurdo que lo rodea. De hecho, en todo el libro es mucho más interesante lo que ocurre dentro de la mente de Matías que lo que sucede en su entorno. La biblioteca polvorienta en que pasaba el día completamente solo, siempre me ha parecido la alegoría perfecta de esos trabajos sin ningún atractivo que se aceptan por pura necesidad. Hasta la ruleta del casino, que podría considerarse un elemento puramente funcional dentro de la trama, me evoca los periodos en que, a falta de rumbo, nuestra vida ha estado sujeta por completo a los caprichos del azar. Paradójicamente, cuando Matías Pascal se convirte en Adriano Meis, es cuando logra conocerse mejor. Descubre que no es fácil deshacerse del pasado, que hasta la muerte fingida es una muerte real y que, aunque fue interesante al principio, a la larga es insoportable tener que mentir todo el tiempo. Cuando lo dieron por muerto, Matías Pascal alcanzó una libertad total al no tener ningún vínculo con el mundo real, pero esa libertad total lo convirtió en un fantasma errante, en un muerto con vida. Tanto Matías Pascal como Adriano Meis eran unos solitarios, pero la soledad de Adriano era completa, sin infancia, sin recuerdos, sin lugar de nacimiento, sin pasado. Matías Pascal, con toda su tragedia y sus desgracias, era real. Adriano Meis no existía. Adriano se enamora de su tocaya, Adriana Paleari. ¿Cómo explicarle su caso? ¿Cómo decirle que él había sido alguien que ya estaba sepultado? La vida de Matías Pascal no tenía sentido, la de Adriano Meis, al no tener pasado, no tenía futuro.
En esta novela, como en sus obras de teatro, Pirandello nos muestra cómo la vida está llena de incoherencias y cómo los seres humanos, tanto individualmente como en conjunto, somos inexplicables. El difunto Matías Pascal es un libro de humor absurdo y tragedia ridícula en que las reflexiones tienen más pregruntas abiertas que respuestas certeras. Esta novela lleva ya más de cien años de estarse leyendo. ¿Por qué? Pues porque pese a lo descabellado y absurdo de la trama, quienes se han asomado a sus páginas a lo largo de más de un siglo han encontrado algunas o muchas coincidencias con sus propias vidas.

INSC: 0667 / 1596

Bitácora del iluso.

Bitácora del iluso. Osvaldo Sauma.
Perro Azul, 2000

La sabiduría está tan lejos de la candidez como de la amargura. Quien, de espaldas a la realidad, levanta castillos en el aire y cree con certeza que el universo cambiará sus reglas para que no se le derrumben, no ha descubierto aún que los sueños solamente se hacen realidad en parte y que cada fracción que queda sin cumplir provoca el profundo dolor de lo que pudo ser y no fue. Quien, en el extremo opuesto, tras haber probado repetidas veces el trago amargo de la derrota, renuncia a soñar y se limita a lamentarse de que las cosas sean como son, sin permitirse aspirar a más, ha olvidado que quien rechaza sus sueños se rechaza a sí mismo. El primero aún no se ha llevado la lección. El segundo no la aprendió. 
Los que, seguros de lograrlo, se disponen a emprender la tarea de comerse el mundo, escriben poemas dulces, cándidos e ingenuos. Quienes ya se llevaron el golpe y acabaron más bien comidos por el entorno que pretendían doblegar, escriben poemas amargos con el sabor de la derrota aún en los labios. 
No muy frecuentemente, pero cada cierto tiempo se levanta la voz de un poeta que nos habla de sus sueños e ilusiones con los pies bien puestos en la tierra, tanto como de los golpes, fracasos y derrotas que ha sufrido sin haber renunciado a su ideal. Bitácora del Iluso, de Osvaldo Sauma, es uno de esos libros de poesía que dejan huella profunda y acaban convirtiéndose en compañía inseparable y referencia constante.

Tal vez en otra vida 

soñaba con ser un guerrero
que sabiéndose muerto
perdiera el miedo y ya sin miedo
tan solo le preocupara
no engrandecerse en su grandeza.

es decir
     sobrepasar
la banalidad de los días
y alzarme como Prometeo
con el pecho ya cerrado
a los buitres de la discordia

y así extranjero
entre los dioses y los hombres
me abocara a la existencia
                             amparado
al libre albedrío de los nómadas

y heme aquí
regañado por una mujer
cumpliendo con los menesteres
                              que exigen
el diablo y su banda de muertos laboriosos
perdido dentro de mí
persiguiendo aventuras carnales
que no acaban
por derrotar al tedio y sus herrumbres

La segunda edición, del año 2005.
Tras este poema inicial, deja claro que no trae respuestas, sino solo sus manos para defenderse del infortunio, que tiene atrás el sol y el viento y no distingue al frente un horizonte. De nada vale quejarse, porque el nudo siempre es el mismo en la garganta y el mundo zozobra aunque uno no quiera.
El que escribe es un guerrero que no alcanzó la victoria, pero combatió una buena batalla en la que lo único que ganó fue sabiduría para comprender mejor su desencanto al mirar sueños rotos. Alguien que sabe por qué tropieza tantas veces en la misma piedra y que va a tientas entre lo que debe ser y lo que es. Un hombre que ya no se pregunta por qué, para qué, ni hacia donde va, que ha sabido aprender las lecciones del pasado y no quiere fantasear sobre las promesas del mañana. Es capaz de verse cómo es frente al espejo, ha dejado de estar sometido al péndulo de las emociones y sonríe, con cierta tristeza, al comprender el retozar del viento en sus canas.
Con la experiencia de haber sufrido y gozado con ellas, dedica poemas a la soledad, la poesía y la mujer, consciente de que nunca logrará comprenderlas plenamente pero que han sido, y serán siempre, parte de su vida. Tiene claro que los abrazos terminan siempre en el propio silencio de uno mismo, pero sabe que nunca se está solo, cuando se está solo.
En su viejo corazón no caben más heridas. Sospecha que ha amado más a la mujer que una mujer en particular, que quizá lo que tanto busca en ella sea una réplica de sí mismo porque ella es la distancia que debe recorrer para alcanzarse.
Este libro es, como bien indica su título, la bitácora de un iluso, pero de un iluso que completado el ciclo, que ha recorrido tantas veces el camino que separa los sueños de la realidad, que ha logrado finalmente comprender y aceptar serenamente las reglas del juego. Sueña aunque sabe que la realidad sigue su curso ajeno a sus ilusiones. Sufre, pero conoce y comprende la causa de su dolor.
Un libro como este no se escribe de la noche a la mañana, porque no es fruto solo de la sabiduría, la experiencia y la madurez, sino también del oficio. Osvaldo Sauma lo trabajó durante años. Cada vez que asistía a un recital, a una lectura, a un encuentro de poetas, Osvaldo iniciaba su participación diciendo: "Voy a leerles unos poemas del libro inédito que estoy preparando". Y hubo quienes llegaron a creer que ese libro no se publicaría nunca. De escucharlos de recital en recital, ya eran conocidos Una mujer baila, Ninguna mujer es mejor que el mar, Consejos a un joven poeta y Tríptico de la buhardilla
Bitácora del iluso apareció en el año 2000 y, además de haber sido traducido a diversas lenguas, fue editado y comentado en toda América Latina. El poeta Raúl Zurita declaró: "A través de Bitácora del iluso de Osvaldo Sauma he sentido el orgullo de pertenecer a esa generación que en medio de tantos sueños convertidos en polvo, de tantas derrotas, de tantos quiebres y rupturas, ha sido capaz no obstante de escribir poemas como estos."

Puesta en claro
Osvaldo Sauma ha publicado Las huellas del 
desencanto (1982), Retrato en familia (1985),
Asabis (1993), Madre fértil tierra nuestra (1997),
Bitácora del Iluso (2000), El libro del adiós (2006)
y La canción del oficio (2013). Ha realizado también
numerosas antologías de poetas latinoamericanos.

jamás me sedujeron
las consignas ni credo alguno
desde niño abdiqué
de todas las iglesias
                               y los curas
no pudieron cercarme en el redil
ni por las buenas ni por las malas

tampoco me sedujeron
los siete pecados capitales
y de los diez mandamientos
solo hay dos que no he cumplido

por lo demás
                   no añoro
tener lo que otros tienen
me conformo
con esta habitación en desorden
con este montón de libros
que trepan las paredes
con esta pobreza
que me enriquece
                          que me incita
a mostrarle a Dios mi último poema

Una mujer baila

una mujer baila
amparada a la noche
despliega sus brazos
como decir sus alas
desde el centro del aire
hacia las afueras del aire
en diagonal a los espacios de la luz
entre los costados de la sombra

una mujer gira
como un astro
y sobre sí misma
                          esboza
la ruta del azar y sus conjugaciones
gira
      baila
              alza un tiempo magnético
como quien alza un pájaro
desde la tierra que lo atrapa
y traza con un carbón encendido
el lenguaje bermejo de las cavernas

baila
       y con ello sacude
los miedos de la infancia
que aterrados todavía
nos llaman desde su adentro

una mujer baila
sobre el corazón de la madera
para enardecer
el latido ciego de la vida
baila sobre mis heridas
para recrudecerme 
el camino del remordimiento

una mujer baila
sola contra la adversidad
baila sobre el planeta errante
sobre un contratiempo de la memoria
y se fuga en esa fuga de la música
y vuelve sobre sí misma
para revelarnos
un deseo desterrado del Paraíso terrenal

INSC: 1150 2000

lunes, 24 de noviembre de 2014

Un par de botas nuevas.

El paso del tiempo. Danilo Jiménez
Veiga. Ministerio de Cultura,
Costa Rica, 1985.
Finalizaba el año de 1938 y aquel joven lleno de energía acaba de terminar su bachillerato y, al pensar en su futuro, consideró dos posibilidades. Una era quedarse en San José, buscar un trabajito más o menos en que la llevara suave y, sin mucho esfuerzo, se ganara un sueldito para ir pasando. La otra opción era irse a laborar en las nuevas plantaciones de la Compañía Bananera en la zona sur, matarse trabajando durante un par de años, hacerse de unos ahorros y regresar con un pequeño capital para iniciar su propio negocio. Los sueldos de la Compañía eran mucho mayores a los mejores que podría encontrar en San José. La Compañía daba casa y comida y en aquellas remotidades, en donde solamente había bananales, no había ni en qué gastar la plata. Se contaban historias de paludismo, jornadas extenuantes, serpientes venenosas y trabajo ingrato pero, después de todo, él era bachiller, iría de oficinista y no de peón y su fortaleza, energía y, especialmente, su juventud, bien le permitían soportar un par de años de sacrificios para lograr el capital necesario para empezar su propio sueño. 
No lo pensó mucho, hizo las gestiones necesarias y consiguió un puesto en Palmar Sur, donde hacía apenas dos años se habían iniciado las plantaciones y era todavía un territorio selvático que poco a poco se iba abriendo a golpe de hacha. Ni siquiera había carretera. Palmar Sur era un campamento, Ciudad Cortés se llamaba El Pozo y para llegar allá había que viajar en un avión que aterrizaba en un pastizal lleno de grandes charcos. 
Bajando apenas la escalerilla, miró que entre los paquetes y pasajeros que esperaban abordar la aeronave en su viaje de vuelta a la capital, había un ataúd y un hombre con las manos a la espalda custodiado por dos policías. Luego averiguó que el día anterior había habido una bronca de borrachos en la cantina.
La distancia entre Ciudad Cortés y Palmar Sur era corta pero el viaje en tren fue largo ya que hubo que hacer muchas paradas. Al llegar, aquel muchacho, con las alforjas a hombro, caminó dando pasos largos, haciendo sonar con fanfarronería sus botas nuevas contra los carcomidos tablones del piso. Tenía solamente dieciocho años. Toda su corta vida había transcurrido en San José y Cartago, en la casa de la familia o en el internado del Seminario con la estricta disciplina de los padres paulinos alemanes. Ahora tenía otro panorama al frente: hombres sucios y con el torso desnudo, calor asfixiante, cientos de sapos croando en los charcos y un olor acre, mezcla de barro podrido y orines y excremento, tanto de caballos como de humanos. Los barracones mal pintados, tanto en los que trabajaba como en los que dormía, no tenían ninguna comodidad. Aquel muchacho tenía sus ilusiones y devolverse a San José sería aceptar una derrota. La primera de su vida de adulto. No tardó en acostumbrarse a los malos olores, a los piquetes de insectos,
la mala comida, el mal dormir y la lluvia eterna. Las botas nuevas estaban permanentemente llenas de barro. Cada mañana, sin bañarse, volvía a ponerse la camisa manchada de sudor que había usado la víspera. Le molestaba que las casas en que vivían los gringos, que hacían lo mismo que ellos, pero en inglés, y ganaban lo mismo que ellos, pero en dólares, fueran más espaciosas, con menos habitantes por cuarto y tuvieran refrigeradora y cedazo en las ventanas.
El único entretenimiento era emborracharse los fines de semana. Con aire desafiante, los sábados entraba a la cantina junto con sus nuevos amigos, cada uno de distinta edad y procedencia. Un litro de guaro y una lata de leche condensada les servía para preparar una bebida tan fuerte como dulce que en pocos minutos los embriagaba. Empezaban a hablar con voz cada vez más fuerte, soltaban palabrotas y, cuando ya estaban animados, se daban de puñetazos con quien estuviera disponible, a veces entre ellos mismos, ya que la borrachera y el ruido de la lluvia sobre el techo de zinc exigía que el cuerpo liberara energía. Una vez terminada la pelea, era común ver a los contrincantes, con cejas, labios y puños sangrantes, conversar ya serenos, luego de haberse propinado mutuamente una golpiza.
En busca de mejores condiciones de trabajo, aquel muchacho, junto con sus nuevos amigos, participó en la organización de una huelga. Cuando fueron a negociar, Mr. Thorpe, el mandamás a cargo, los insultó y los despidió. Uno de los líderes huelguistas, al ver que el gringo no negociaba nada y los había dejado sin trabajo, le soltó un puñetazo que lo hizo caer de espaldas, al mismo tiempo que la camisa del contador, que estaba a su lado, se salpicaba de sangre. La oficina se convirtió en campo de batalla.
Un año y medio estuvo en la zona. Sus ilusiones se habían desvanecido. No ahorró ni un centavo. Para poder reunir el dinero que necesitaba para volver a casa, tuvo que buscar trabajo como peón con un nombre falso. Lo contrataron para aplicar en los bananales el caldo bordelés, pesticida para combatir la sigatoka, que tiñó de verde su ropa, su sombrero y su piel. También tuvo que cavar pozos a pico y pala. Regresó a San José enfermo y con nada más que su ropa en las alforjas. A la vuelta, sus botas ya viejas ni siquiera sonaban cuando caminaba sobre los tablones del piso de la estación. La sacudida del tren, cuando empezó a andar, lo sacó de sus pensamientos. Había perdido su primera batalla en la vida, pero aquel muchacho, que aún no había cumplido los veinte años, regresaba a su casa convertido en un hombre.
Esta es, en forma resumida, la trama del primer relato de El paso del tiempo, de Danilo Jiménez Veiga, publicado por el Ministerio de Cultura en 1985. El libro consta de veinte relatos, todos en mayor o medida autobiográficos en que don Danilo evoca sus años de juventud convirtiendo sus recuerdos en cuentos trágicos o jocosos. La suya fue una juventud con tranvía, matiné en los cines capitalinos y meriendas en el Trianón. Hay narraciones verdaderamente divertidas, pero la que más me llamó la atención fue la primera sobre su breve experiencia de trabajador en la compañía bananera. Para los miembros de mi generación, que recordamos a don Danilo como Ministro de la Presidencia y Embajador en Washington, la imagen que tenemos de él es vestido de traje y corbata y peinado con su cabello canoso hacia atrás. Cuesta imaginarlo joven paleando en las fincas de la Compañía. Cuando don Danilo fue Ministro de Trabajo, le tocó hacer de negociador en distintas huelgas de trabajadores bananeros, en las que siempre apoyó las demandas de los sindicatos. Ahora sabemos por qué.

INSC: 2091

Memorias propias y ajenas.

Memorias propias y ajenas. Alberto
Mata Oreamuno. COVAO,
Costa Rica, 1984.
El padre Alberto Mata Oreamuno era un cura de los de antes. Vestía su sotana negra todo el día y en todas partes, usaba sombrero y recitaba las oraciones secretas de la misa en latín. Era muy serio y tenía fama de ser un tanto regañón y malhumorado, pero en realidad, quienes lo trataban descubrían que tenía un fino sentido del humor. Le gustaba la música clásica, la historia de Costa Rica, la poesía y era también aficionado a escribir. Publicó numerosos artículos, biografías y catecismos.
Cuando cumplió ochenta años, en 1984, publicó un simpático y entretenido libro titulado Memorias propias y ajenas, ya que al hacer un repaso por su vida, quiso compartir tanto recuerdos suyos como de otros. 
Empieza contando que cuando estaba en tercer grado de primaria, en 1913, recibió su primera carta. Se la enviaba su padrino de confirma, el Dr. Valeriano Fernández Ferraz, y era la respuesta a una carta que el niño Alberto le había escrito para saludarlo. El Dr. Ferraz le decía en la carta: "Su letra es mala, pero se acordará de mí, cuando maduren las uvas que usted para las letras será bueno."
Aquel sabio español resultó profeta, porque los libros del padre Mata son amenísimos y quien se encuentra con uno en las manos acaba casi siempre leyéndolo de un tirón. 
El primer gran acontecimiento de su vida fue el terremoto que destruyó la ciudad de Cartago en 1910. Aunque era pequeño, guarda recuerdos de cómo era la ciudad antes de la tragedia y cuenta que cuando empezó el enjambre de temblores, los habitantes de la ciudad tomaron la precaución de dormir en improvisados ranchos y tiendas de campaña en un lote vacío situado donde actualmente se encuentra el edificio del Poder Judicial. Para un niño, la experiencia de ir cada noche de campamento era divertida, pero el terremoto ocurrió cuando la familia estaba en la casa que, solamente gracias a que la evacuaron rápidamente, no les cayó encima. 
Brinda un retrato cariñoso de sus padres, el poeta Félix Mata Valle, autor del libro de versos Brisas del Irazú, quien fue diputado en repetidas ocasiones y doña María Josefa Oreamuno Ortiz, de quien fue el último de nueve hijos y, al momento de escribir el libro, el único que sobrevivía. Hace un recuento genealógico para mostrar la lista de parientes suyos que fueron sacerdotes, entre los que se cuenta Anselmo Llorente y La Fuente, el primer obispo de Costa Rica. Cuenta que a los quince años, de poca gana y obligado, se convirtió en monaguillo del fraile capuchino Fray Remigio de Papiol y al ver de cerca el fervor con que celebraba la Santa Misa, se le despertó el deseo de convertirse en sacerdote. Fray Remigio era español, había vivido en México, Nicaragua y Costa Rica, estuvo un tiempo en la Cartuja de Miraflores en Burgos y murió asesinado durante la Guerra Civil española. 
El padre Mata estudió primero en el San Luis Gonzaga y posteriormente en el Colegio Seminario, regentado por padres paulinos alemanes, donde fue compañero de don Pepe Figueres, de Francisco Orlich y de Paco Calderón Guardia. Además de divertidas anécdotas de su época de estudiante, en el libro se refiere a su amistad con Monseñor Sanabria, quien fue el monaguillo de su primera misa, así como a sus experiencias jocosas en distintas parroquias.
Monumento al Padre Mata, en los jardines
de la parroquia de Guadalupe de Goicoechea.
La guerra civil de 1948 ocurrió mientras el padre Mata era párroco en Heredia y tenía como coadjutor al padre Armando Alfaro Paniagua. Todo el mundo sabía que el padre Mata era calderonista y el padre Alfaro figuerista, así que la casa cural fue objeto, en repetidas ocasiones, de registros minuciosos por parte de las fuerzas de ambos bandos por la sospecha de que allí se ocultaran hombres o armas del bando opuesto. 
Se refiere ampliamente, por supuesto, a los más de veinte años en que fungió como párroco de Guadalupe de Goicoechea. Cuando estaba construyendo el nuevo templo de esta comunidad, el padre Mata, vestido con su infaltable sotana negra, entraba a las cantinas a vender números de rifas para financiar las obras. Los parroquianos, además de comprar números, convidaban al padre a tomar un trago, pero él declinaba la invitación alegando que si tomara un trago en cada cantina, regresaría a la casa cural gateando.
El libro tiene varios anexos, entre los que están el poema que don Félix Mata Valle, padre del autor, escribió en homenaje al Obispo Bernardo Augusto Thiel y fue recitado por el propio autor el día del funeral del prelado. También se incluyen poemas escritos por el propio padre Mata.
Tenía razón el Dr. Ferraz: cuando maduraron las uvas, Alberto Mata Oreamuno fue bueno para las letras. 

INSC: 0183


sábado, 22 de noviembre de 2014

Explicación no es justificación.

Maternidad, feminidad y muerte. Carmen
Caamaño Morúa y Ana Constanza Rangel.
Universidad de Costa Rica, 2002.
La noticia, impactante, dolorosa y horrible de que un niño ha sido asesinado por su propia madre, lamentablemente aparece con cierta frecuencia en los periódicos pero, además de informarnos del hecho, la prensa nunca presta atención al antes y después del terrible suceso.
Ningún acto de violencia es aislado. La violencia es más bien una cadena compleja cuyos orígenes, tanto como sus consecuencias, son difíciles de sintetizar y de comprender. Las páginas de sucesos nos informan solamente del punto detonante, pero nunca se asoman a la complejidad del proceso que sufrieron tanto la víctima como quien cometió el crimen.
La reflexión sobre este tema es no solo necesaria sino urgente. El libro Maternidad, feminidad y muerte de Carmen Caamaño Morúa y Ana Constanza Rangel, publicado por el Instituto de Investigaciones de la Universidad de Costa Rica, me dio mucho que pensar.
Se trata de una investigación sobre el infanticidio, entendiéndolo como la muerte de un menor de cero a doce años ocasionada por su madre.
Con gran seriedad y rigor científico, el libro presenta, de forma bastante clara, sintética y oportunamente segmentada, casos concretos de mujeres que han asesinado a sus hijos. Se refiere en forma separada a los casos en que el asesinato ha ocurrido días o años después del parto y cuando ha sido ocasionado por agresión o por falta de cuidado. En apartados posteriores se ocupa de la forma en que la prensa cubre este tipo de hechos, en los procesos judiciales subsiguientes y en la experiencia de la sanción, ya sea en la cárcel o en el Hospital Psiquiátrico. El libro incluye además un ensayo sobre el instinto maternal así como sobre la situación de la mujer en la familia y la mujer víctima de violencia.
Esta investigación, indudablemente valiosa e interesante, cierra con unas conclusiones y recomendaciones controversiales ya que, extrañamente, aunque el tema central sea el infanticidio, no menciona ni en una sola oportunidad el derecho a la vida de los niños y, en las recomendaciones, en vez de abogar por medidas preventivas que protejan a los menores en riesgo, cierra con un llamado a "ponernos en el lugar de a quienes va dirigido el control social establecido".
El estudio es una muestra palpable de cómo la profundidad no está reñida con la brevedad. En apenas 119 páginas las autoras logran exponer entrevistas, tablas de gráficos y consideraciones teóricas sobre la construcción social del concepto de maternidad.
En los primeros apartados, dedicados al propio hecho del infanticidio, aparecen datos reveladores, como por ejemplo que la gran mayoría de mujeres que lo cometieron inmediatamente después del parto eran solteras y menores de edad. A través de fragmentos de entrevistas sobresale el hecho de que el embarazo fue ocultado y que, incluso después del parto y el asesinato del recién nacido, las madres prefieren no mencionar el tema. Por lo general se trata de mujeres agredidas y constantemente en riesgo, que ven en su hijo una amenaza para su integridad ya de por sí bastante vulnerable y vulnerada. El asesinato del recién nacido, entonces, es un acto de desesperación que no podría calificarse como voluntario sino más bien provocado por las circunstancias.
Más adelante se refiere a aquellas madres que han asesinado a sus hijos ya mayores, por agresión, por descuido o, de nuevo, como un acto desesperado ante una realidad hostil a la que no le veían salida.
Seguidamente, el libro se ocupa del proceso de penalización y en este apartado vienen reveladoras evidencias de cómo las leyes y la prensa estimulan la insensibilidad de la opinión pública ante un acontecimiento que está muy lejos de la simpleza con que es presentado.
Particularmente valiosas son las consideraciones sobre la cobertura periodística de infanticidios, que por lo general tiende a reducir la complejidad del hecho. Los periodistas recurren a la medicatura forense del O.I.J. en busca de información, de manera que lo que aparece en los periódicos son detalladas descripciones de heridas y causa de muerte, sin informar adecuadamente sobre el antes y el después de lo ocurrido. Otro dato revelador es que en este tipo de tipo de noticias, que deberían ser solo informativas, se incluyen juicios de valor que de alguna manera afectan su percepción.
Revelador también es el hecho de que nuestra legislación, en el artículo 113 del Código Penal, toma en cuenta la "buena fama" de la imputada para calificar su delito, de manera que una mujer que mate a su primer hijo para ocultar su deshonra, recibirá una sanción menor a otra que ya tenga hijos en el momento de cometer infanticidio. Los párrafos citados de sentencias presentan también juicios de valor que, en más de una ocasión, son profundamente subjetivos.
Para las madres infanticidas sometidas a proceso judicial solamente hay dos caminos: la cárcel o el Hospital Psiquiátrico. Las entrevistas realizadas tanto a reclusas como al personal de los centros hospitalarios o penitenciarios demuestran que en ninguno de los casos se lleva a cabo un proceso de recuperación emocional que le permita a la afectada dejar atrás el episodio para poder seguir adelante con su vida.
Los ensayos sobre Maternidad, feminidad y poder y sobre Mujer, familia y violencia, brindan la explicación teórica y sociológica a los datos expuestos con anterioridad.
Sin lugar a dudas, este libro sensibiliza sobre el drama de las mujeres que cometen un terrible acto de violencia, precisamente porque solo violencia experimentan tanto antes como después de su delito.
Hablar de culpabilidad, tras la lectura de este libro, es ingenuo, ya que en estos casos como en muchos otros, la culpabilidad en buena medida es colectiva.
Las conclusiones indican que el infanticidio es parte de una continua cadena de control social con diversos matices que incluyen, entre sus extremos más violentos, desigualdades de clase y de género. Más adelante, se afirma que la sociedad "asesina" a estas mujeres, sometiéndolas a un proceso en que se les roba la palabra, la historia y se les da un "constructo" estereotipado a cambio. Este proceso por el que atraviesan cumple el papel "resocializador" de legitimación del ser en cuanto madre, excluyéndola de su posibilidad de "construirse".
Respeto, aprecio y considero muy valioso este libro. Sin embargo, no comparto sus conclusiones. El problema es más bien que un fenómeno social envolvente no le permita a ciertas mujeres "construirse" y, a la vez, ser madres si desean serlo. Por otra parte, las circunstancias sociales no eximen de la responsabilidad individual por los propios actos.
El libro es una maravillosa explicación del fenómeno del infanticidio. Pero explicación no es justificación y ciertamente sorprende que no se haga referencia a la vida del niño, la víctima más indefensa, que en este tema debería ser primordial.

INSC: 1456

Costa Rica en los años 50.

Solamente una vez. Eduardo Oconitrillo
García. Editorial Costa Rica, 2003.
Este es un libro interesante pero extraño. De primera entrada parece un libro de memorias, luego una crónica de acontecimientos y, finalmente, una lista de hechos. No queda clar qué era exactamente lo que pretendía lograr Eduardo Oconitrillo García al componer este libro ni tampoco a qué clase de público era su intención dirigirse.
Nacido en San José, en 1934, además de su profesión de economista, Oconitrillo ha llegado a convertirse en un respetable investigador histórico gracias a numerosos trabajos de investigación, dentro de los que destacan su libro sobre los hermanos Tinoco y las biografías que escribió de Alfredo González Flores, Rogelio Fernández Güell, Julio Acosta y Ricardo Moreno Cañas.
Con menor notoriedad e impacto, el autor ha incursionado también en la narrativa y tiene dos novelas publicadas: Un tango llamado nostalgia (1990) y Un dictador en el exilio (2001).
Como historiador, Oconitrillo es cuidadoso con los datos y ciertamente ameno en la exposición, aunque a veces suele adoptar una actitud emocional ante los hechos y ese desliz lo ha llevado, en más de una ocasión, a adoptar una actitud acrítica. Su biografía de Julio Acosta, por ejemplo, desde el mismo título El hombre de la providencia, despierta la sospecha de que se trata de un acto de veneración más que de un estudio objetivo. Tras la lectura del libro, de hecho, la sospecha se confirma.
Su libro Solamente una vez es, como ya se dijo, interesante pero algo extraño. Es presentado como "crónicas" y viene dividido a capítulo por año. El primero dedicado a 1952 y el último a 1963.
El libro empieza en el momento en que el autor se gradúa de bachiller en el Liceo de Costa Rica y termina cuando inicia los preparativos para su boda. De primera entrada, repito, parece un libro de memorias, pero tal parece que el autor, ya sea por timidez o discreción, se niega a convertirse a sí mismo en personaje y a utilizar su propia vida como trama. El dilema, planteado en la introducción misma, lleva a un resultado indefinible.
Si alguien cree que sus memorias merecen ser conocidas, pues que las escriba y las publique. Si, por el contrario, considera impropio hablar de sí mismo, pues que guarde silencio. Pero la decisión hay que tomarla, cosa que no sucedió en este caso.
Aunque arranca con sus recuerdos personales del fin de la secundaria, pronto el narrador se invisibiliza y cede el paso al recuento de lo que ocurría en la época, tanto a nivel nacional como universal. De hecho, salvo unas cuantas anécdotas más que esporádicas, las únicas menciones que hace Oconitrillo sobre su vida se refieren a su experiencia estudiantil y laboral.
Una vez descartada la posibilidad de que se trate de un libro de memorias, da la impresión de que la obra lo que busca es retratar una época, posibilidad que pronto también llega a descartarse.
Solamente se debe pretender ser exhaustivo cuando se dispone del espacio para lograrlo. Oconitrillo, al hacer el recuento de lo que ocurre año con año, trata de ser minucioso y, al mismo tiempo, de abarcarlo todo, desde las luchas electorales hasta la canción de moda, desde los hechos locales mínimos hasta los grandes sucesos internacionales.
Esa pretensión de no dejar nada por fuera, lo que logra es una inmensa dispersión, al punto de que son muchas las páginas en que se habla de un tema distinto en cada párrafo. Más que una crónica, el libro va convirtiéndose en una lista. Son realmente pocos los asuntos referidos que van más allá de una simple mención. El más amplio es la célebre estafa con exportaciones de café de Emil Savundra, a la que dedica varias páginas. Los encuentros de fútbol y los estrenos de cine son los dos temas recurrentes año con año.
Surge entonces la duda de a quién pretendía dirigirse Oconitrillo con esta obra. Aunque el libro está dedicado a sus nietos, lo cierto del caso es que hablarle a las nuevas generaciones de futbolistas, políticos o estrellas de cine que no conocieron, sin brindarles mayores referencias, es como hablarles en otra lengua. El vistazo rápido que se ofrece de la época, más que a los nietos, podría ser de interés para quienes sean capaces de recordar los hechos y, por ello, no necesiten que los personajes o las circunstancias les sean presentados.
Imaginémonos a alguien de la edad de los nietos del autor leyendo que en las elecciones de 1962 el partido Liberación Nacional obtuvo 192.850 votos, el Republicano Nacional 135.533 y el Acción Democrática Popular 3.339, para, en el párrafo siguiente, enterarse que, en enero de 1962, se estrenó Juicio de Nurenberg con las actuaciones de Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmark, Marlene Dietrich, Maximilian Schell, Judy Garland y Montgomery Clift y encontrarse, en el párrafo siguiente, que Alvarito Murillo volvió a vestir la camiseta del Orión, en un partido en el que alternó con el delantero Guido Peña.
Otra observación que debe hacerse es que pese a su concentración en los datos, en el libro aparece un buen número de inexactitudes, algunas verdaderamente notorias y una que otra realmente simpática. 
Como botón de muestra valdría llamar la atención sobre el siguiente párrafo de la página 142: "Los gobernantes comunistas de la Alemania Occidental, desesperados por la huida de refugiados al lado este, comenzaron a construir un muro en Berlín, que dividiría a las dos Alemanias."
En cuanto a la primera parte, está al revés: la Alemania comunista era la oriental y los refugiados huían al oeste. En cuanto a la segunda parte, el muro no dividió las dos Alemanias, sino solamente a la ciudad de Berlín que, aunque quedaba en el este, tenía un sector de administración occidental.
Solamente una vez, pese a lo rápido del recuento, no deja de ser una lectura interesante y un ejercicio de nostalgia que podrán disfrutar quienes estén al tanto de los hechos y sean capaces de descubrir los gazapos.
INSC: 1765 

viernes, 21 de noviembre de 2014

Historia chica de San José.

Historias de mi barrio. Eduardo Oconitrillo
García, Francisco Enríquez Solórzano y otros.
Editorial Costa Rica, 1997.
En su libro El costarricense,  publicado en 1975, Constantino Láscaris decía que en el centro de la ciudad de San José cada vez vivían menos personas ya que los vecinos de la capital preferían trasladarse a las afueras. La tendencia  se mantuvo y las afueras quedan cada vez más alejadas del centro. Propiamente en el centro de San José viven muy pocas personas. Cada vez más casas de los barrios josefinos son demolidas (las pequeñas) o transformadas para servir de oficinas o locales comerciales (las grandes). En los elegantes barrios de Amón, Otoya y González Lahmann quedan pocas residencias. Hay más en los barrios de clase media como Aranjuez, Don Bosco, Barrio Luján o Barrio México. En el centro de la capital hay muchas aglomeraciones de tránsito y los vehículos, que intentan moverse por donde puedan, cortan camino por esos barrios en los que ya ningún niño juega en la calle.  
Es normal que las ciudades crezcan y que la vida en ellas cambie. Lo que no debe permitirse es que se pierda la memoria de las ciudades. Los historiadores, que solían ocuparse en sus investigaciones de intrigas políticas y grandes movimientos sociales, lo que podríamos llamar "La gran historia del país", han descubierto que parte de su trabajo también es recopilar testimonios sobre la vida cotidiana, es decir, "La historia chica del pueblo".
Barrio Amón.
Con el fin de rescatar la memoria del San José apacible y sereno que ya pocos recuerdan, los historiadores Eduardo Oconitrillo García y Francisco Enríquez Solórzano recopilaron doce amenos relatos de vecinos de la capital que fueron publicados bajo el título Historias de mi barrio
El libro nos lleva a una ciudad que solo tenía servicio de electricidad después de las cinco de la tarde y en la que los postes del alumbrado público eran encendidos y apagados, como en El Principito, uno por uno por un hombre que llevaba un palo largo para activar el interruptor. Las puertas de las casas se mantenían con la puerta abierta y si, al acostarse, sus habitantes olvidaban cerrarla, el policía que hacía la ronda nocturna se encargaba de hacerlo. En la madrugada se escuchaban las
Apartamentos Jiménez, Barrio Otoya.
ruedas de madera de las carretas de bueyes sonar contra el pavimento. En las carretas transportaban el queso de Coronado y las legumbres de Guadalupe y Moravia rumbo al mercado. En el viaje de vuelta, las carretas llevaban amarrados a varios perros callejeros, quienes avanzaban casi arrastrados como si supieran que habérselos entregado al boyero significa su exilio de la ciudad. Los campesinos no los mataban, hay que aclararlo, solamente los llevaban bien lejos. El carretón de la basura hacía su recorrido escoltado por zopilotes.
Otro carretón repartía el hielo de puerta en puerta. Como en aquel tiempo no había refrigeradoras, lo que hacían para alargar la vida de los alimentos que pudieran descomponerse era almacenarlos con hielo en una caja metálica. En la ciudad había muchos cines (hoy no queda ni uno) y por entonces era tan elegante y
Casa de Matute Gómez, Barrio González Lahmann.
distinguido asistir al cine Líbano, que los parroquianos se peinaban y vestían cuidadosamente para ir a la función. Había tan pocos automóviles que cuando uno se estacionaba, los niños le hacían rueda para verlo. El más impresionante era la enorme limosina de Santos Matute Gómez, el hermano del dictador venezolano Juan Vicente Gómez. Otro venezolano, Rómulo Betancourt, vivía en Barrio México y allí conoció a su novia Carmen Valverde, una tica que jamás se imaginó que llegaría a ser la primera dama de Venezuela.
Fausto Pacheco, el gran artista cuyas obras hoy se cotizan en millones, vendía sus paisajes casa por casa a diez colones el cuadro y, para que el cliente tuviera para escoger, llevaba varios arrollados bajo el brazo. José Daniel Zúñiga, el compositor, puso frente a su casa un letrero de "Viva Picado", los seguidores
Barrio México.
de León Cortés, el otro candidato, arrancaban la propaganda de Picado, pero la de la casa de don José Daniel no la tocaron por la sencilla razón de que don José Daniel tenía unas hijas muy lindas. 
Abel Pacheco, uno de los autores del libro, cuenta cómo las monjas salesianas mantenían a raya a los muchachos del Colegio de los Ángeles para que no se acercaran a las niñas del Colegio María Auxiliadora, donde era profesora la Beata Sor María Romero, de quien cuenta una anécdota mística.
Jorge Arguedas Truque, otro de los autores, en su testimonio confiesa, sesenta años después de los hechos, que fue él quien le hizo una broma pesada a don Beto Cañas en su lejana juventud y que don Beto toda su vida quiso averiguar quién había sido el responsable y nunca pudo averiguarlo.
Barrio La Dolorosa.
Los altercados en aquella apacible aldea eran pocos pero reiterados. Cada año, el padre Rosendo Valenciano celebraba las fiestas patronales de la Virgen de la Merced con un juego de pólvora pese a las protestas, también anuales, del doctor Peña Chavarría, director del Hospital San Juan de Dios, que queda al frente de la parroquia, porque los enfermos tuvieran que soportar semejante escándalo.
Se mencionan establecimientos comerciales que muchos no conocimos ni de nombre. Y se mencionan a personajes interesantes como don Alejandro Aguilar Machado, que vivía a pocos pasos del Parque Central, donde ahora está la Soda El Parque, a don Luis Paulino Jiménez Ortiz, cuya espaciosa casa, diagonal a la esquina sureste de la Merced es hoy una cafetería, y a Alfredo Oreamuno Sinatra en el período oscuro de su vida. 
Iglesia de la Merced.
El personaje más pintoresco del libro es el doctor Adolfo Carit, un hombre muy extraño, sin amigos y sin familia que, salvo por el paseo diario, a la misma hora y por la misma ruta, permanecía siempre en su casa. El Dr. Carit fue quien construyó un espacio techado con pilas para que las mujeres que iban a lavar la ropa al río María Aguilar no tuvieran que hacerlo sobre las piedras. El Dr. Carit era huraño y misántropo, no recibía ni visitas ni correspondecia. Cuando alguien se acercaba a hablarle, se llevaba las manos atrás por si el interlocutor le extendía la suya. En todo caso, el mismo Doctor se encargaba de que nadie hablara con él más de un minuto. Era muy rico y, a pesar de que no quería trato ni amistad con nadie, era muy caritativo. Si se enteraba de una persona que tuviera alguna necesidad, le deslizaba un sobre con dinero bajo la puerta.Contribuyó con importantes obras sociales y, al morir, legó su fortuna al Estado para obras de bien social. Al igual que muchísimos otros de mi generación, yo nací en la Clínica Carit, que se debe a su generosidad.
Historias de mi barrio es un libro verdaderamente ameno y agradable. La ciudad que describe ya no existe y la vida en la capital de Costa Rica es totalmente distinta. En verdad sorprende que el cambio haya sido tan rápido. La gran mayoría de los autores de los testimonios aún viven. Cuando se hayan ido todos, quedará su testimonio sobre la historia chica de una ciudad que se hace cada vez más grande.
INSC: 0974
El parque Morazán.




Las candelillas de Max.

Max Jiménez. 1900-1947
Max Jiménez fue un artista total: dibujante, grabador, pintor, escultor, novelista y poeta. Su vida fue intensa y corta. Su obra es amplia y rica. Publicó los libros de poesía Gleba (1929), Sonaja (1930), Quijongo (1933) y Revenar (1936).
Llama la atención que sus libros de poesía estén titulados con solamente una palabra. Max era amante de la brevedad y despreciaba la palabrería. Incluso cuando escribía artículos sobre arte o temas filosóficos, soltaba lo que tenía que decir sin preámbulo, sin explicaciones y sin consideraciones finales. La mayoría de sus cuentos son de una o dos páginas. Sus libros de narrativa Unos fantoches (1928), El domador de pulgas (1936) y El jaúl (1937) se caracterizan también por su economía de palabras. Max es capaz de describir todo un paisaje o de identificar plenamente a un personaje en tan solo un par de líneas.
Dejó escrito: "Tengo para mí, que todo relato puede hacerse en cuatro palabras, a menos de correr el riesgo de caer en lo fastidioso."
Pues bien, este escritor de pocas palabras, además de sus poemas, sus artículos, sus cuentos y su novela, escribió varias ideas sueltas, a las que llamaba "Candelillas". Max escribió mil sesenta y siete candelillas que presentó con un brevísimo prólogo. Comparto el prólogo y mis setenta y ocho candelillas favoritas.
Grabado de Max Jiménez para ilustrar
un capítulo de su libro El domador de
pulgas.

Prólogo.

 Si se encuentra que algunas de estas notas son oscuras estoy completamente de acuerdo con el lector.
Puede ser que a un precepto lo contradiga el otro, como la vida, que no se repite nunca.
Todas estas notas están escritas sobre la palabra probablemente y, de equivocarse, han cumplido en gran parte su cometido.

Max Jiménez.

Candelillas.

 1. Refrescar la memoria con la muerte, es el principio de la felicidad.
2. No muere la juventud si no tratamos de imponerle una edad a otra.
4. Si un vicio se abandona ha sido de gran utilidad.
11. No se debe gastar sinceridad en gentes inútiles.
13. El éxito está en no perder la fuerza de volver a empezar.
14. Perdonar es como autorizar la repetición del daño. Jesús no perdonó, perdonó su Padre.
15. Una amistad se constituye sobre un sin fin de momentos de duda.
18. Es menos malo cuando la adulación es comprada, porque es menos malo buscarla que recibirla.
Cabeza de negra. Escultura de Max Jiménez.
19. Pagarlo todo es perdonarlo todo.
23. Es difícil definir en dónde empieza el cariño y en dónde la necesidad.
25. Es difícil que al éxito externo de un hombre no lo acompañe una tragedia íntima.
29. De seguir creyendo que lo que esperamos habrá de llegar, hasta puede ser que llegue.
33. Yo sé que todo esto ya lo dijo el vecino.
34. Si recibiéramos lo que creemos merecer, ¿qué vamos a seguir haciendo?
38. Nada es tan desalentador como el pequeño triunfo.
41. Cuidadito que se está usted poniendo serio.
48. Pocos enemigos puede ser una mala señal, muchos puede indicar una vida muy útil.
53. Cuánta gentes evitarían fotografiarse en actos culturales si saliera el espíritu.
55. Cada día nos encontramos más solos, según crecen nuestras necesidades.
57. No se deberían aceptar limosnas.
65. Es lástima que los hombres no hubieran dejado vivir más a Jesús, o que Él hubiera querido seguir viviendo. Habría sido magnífico ver cómo habría pensado en la madurez. Murió en pleno optimismo.
73. Nuestras mejores obras las haremos cuando no esperemos nada.
85. La poesía moderna gongorina es como torear sin toro.
87. ¿La música? Pues lo que oye. ¿La pintura? Lo que ve.
91. Todo arte puede ser popular si hasta él llega el pueblo.
99. ¡Cuánto tiempo se economiza dejándose engañar!
101. Hace más daño el constante deseo de riquezas que la pobreza misma.
106. En el alcohol se consigue la libertad y el alcoholismo.
111. El verso, es cosa de agacharse y recogerlo en cualquier parte.
114. No se es amigo sólo por menear la cola.
Mujer que emerge de las aguas.
Óleo de Max Jiménez. 
115. La amistad termina cuando uno quiere pensar por los dos.
128. Está bien el trato con la muerte si no nos hace atropellar la vida.
134. Escribiríamos mejor si no tuviéramos el miedo de que descubran lo que somos.
148. Cuando empezamos a prescindir de nosotros es cuando los otros nos necesitan más.
149. También hay avaricias útiles: la del tiempo.
156. Hay presencias que manchan.
161. Las gentes muy cuidadas de su reputación es porque hace mucho la perdieron íntimamente.
166. Se nace para perseguido o perseguidor, aún en el aislamiento.
174. No hay enemigo inútil.
178. Magnífico síntoma es no poder pertenecer a un grupo.
186. Jamás presente aire de derrota porque lo derrotan.
192. La ramera puede tener más claros los afectos.
206. Es posible que el “chulo” sea el verdadero Don Juan.
214. Los hombres que tanto inclinan la espalda parece que quisieran volver a la posición de cuatro pies.
224. Este hombre siempre cuenta las cosas como sucedieron. El muy canalla.
226. La vida dura muchísimo menos de lo que creemos. Hay que quitarle la juventud y la vejez.
252. La soledad es el único medio de recobrar las fuerzas.
258. Es raro que después de que el hombre ha tenido un gran éxito no se tenga que tirar a la basura.
267. La irresponsabilidad puede parecerse a la libertad.
279. Es muy delicado abrir la puerta.
285. Probablemente las horas más trágicas de nuestras vidas son cuando repulsamos la compañía y la soledad nos repulsa.
Fertilidad. Óleo de Max Jiménez.
294. Se va siendo menos cobarde si lo reconocemos.
304. Crear es más fuerte que vivir; de allí que se pierda la noción de tiempo al producir.
308. El amor es el primer enemigo de la amistad.
333. Si en la política no se entierran los valores es porque no existen.
348. El prójimo a quien queremos favorecer generalmente es imaginario.
390. No hay mejor venganza que aparecer feliz.
402. El amor tiene el encanto de las cosas artificiales.
456. Las lágrimas son lágrimas solamente si se llora solo.
468. El talento es imperdonable.
469. Aceptar una mala situación es vencerla en parte.
479. Es triste no tener a quién respetar.
493. Es mejor leer siempre lo mismo.
519. Victorias son solamente las que ganamos dentro de nosotros mismos.
520. Los vicios no se abandonan, se cambian.
560. Hay épocas bastante aburridas en que todo nos sale bien.
594. La soledad hay que ganársela en la calle.
646. La violencia pierde todas las batallas.
689. Si nuestro dolor es compartible, no es dolor.
704. Afortunadamente lo escrito está escrito distinto para cada uno.
767. Los grandes ni nacen ni se hacen: los hacen los otros maltratándolos.
818. No siempre debe ser una obligación adaptarse a la imbecilidad ajena.
831. La adulación es como la conversación entre dos máscaras.
844. Cuando nos aconsejan lo que debemos hacer es porque el otro tiene miedo de hacerlo.
862. Hay gentes que solo son tolerables cuando sufren.
928. Nada es tan duro como volver a empezar.
1039. Da más compañía quien la compra que quien la vende.
1067. Todo pretencioso es pez en el anzuelo a quien hay que soltarle la cuerda.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Recuerdos divertidos.

Unas de palo y otras de miel.
Germán Serrano Pinto,
Editorial Realidad, Costa Rica, 2000.
Muchos políticos resultan cómicos, pero no muchos tienen sentido del humor. Germán Serrano, quien se distinguió por su seriedad en la función pública, tiene también un gran sentido del humor, como lo demuestra en su libro de memorias Unas de palo y otras de miel, que publicó en el año 2000 con la Editorial Realidad. 
El libro, ilustrado con dibujos de la escritora costumbrista Dorothy Pinto, madre del autor, en opinión de don Beto Cañas es "en ocasiones triste y con frecuencia cómico".
Don Germán fue secretario particular del Presidente José Joaquín Trejos Fernández y fue Vicepresidente de la República de 1990 a 1994, fue Presidente en ejercicio en algunas ocasiones, pero en su libro no se ocupa de comentar su paso por la función pública, sino en compartir con los lectores esos momentos memorables y jocosos que los costarricenses llamamos "pachos".
El título del libro se lo debe a una sugerencia de don Enrique Guier, ex Presidente de la Corte Suprema de Justicia, quien sostenía que los políticos deben dar, en dosis adecuadas, palo y miel. "Es como al burro" -decía- "si usted le da solo palo, se sienta y no podrá hacerlo andar más, pero si le da solo miel se empacha y no querrá seguir caminando. En cambio, con un poco de palo camina; antes de que se enoje, miel; y así con la dosis adecuada de palo y miel seguirá avanzando por el camino hasta alcanzar la meta esperada."
Ante estas observaciones de un Maquiavelo a la tica, podría agregarse que a los políticos no solo les toca dar, sino también recibir dosis de palo y miel. En su libro, por cierto, don Germán no habla del palo y la miel que repartió, sino más bien de las duras y dulces cantidades de ambos que le tocó recibir.
Es interesante que para la portada se haya escogido una fotografía del autor sonriendo, porque precisamente ese es el tono en que está escrito el libro. El texto no está estructurado como una autobiografía o una secuencia de relatos, sino como una colección de anécdotas, cada una independiente de la otra. El tono en que están narradas las historias es tan ameno que resulta casi conversacional. A veces hasta da la impresión de tener al autor al frente, con taza de café en la mano, contando con la misma sonrisa de la portada las situaciones alegres e incómodas que le ha tocado vivir.
Arranca desde su infancia, en un barrio Amón en que los niños todavía podían bañarse en las pozas del río Torres "que ya empezaban a oscurecerse".
La guerra civil de 1948 ocurrió cuando aún no había entrado a la escuela y la gran aventura consistía en escuchar tiros lejanos, mirar a combatientes y a mariachis con el rifle al hombro caminando por las calles y dormir en el cuarto del fondo, con las paredes forradas de colchones por aquello de una bala perdida.
Pasa luego a relatar sus experiencias en el Colegio de los Ángeles, donde recibió una formación católica, conservadora e hispanófila, de parte de unos curas dominicos españoles muy pintorescos.
Era un joven inquieto y por su iniciativa y liderazgo se fundó el Movimiento Nacional de Juventudes, durante la administración de don Chico Orlich. El presidente José Joaquín Trejos Fernández lo llamó a trabajar a su lado. Serrano Pinto tenía solamente veintiséis años cuando ocupó el cargo de secretario del Consejo de Gobierno y asistente personal del Presidente de la República. Apenas nombrado en el cargo, pasó la vergüenza de quedarse tirado en medio de la carretera con el presidente y la primera dama, ya que a su viejo Volkswagen, en el que viajaban los tres sin escolta, no le funcionaba el medidor de gasolina.
Al lado del presidente Trejos le tocó pasar momentos amargos, como las protestas de Alcoa, pero si nos atenemos a lo que menciona en el libro, los buenos momentos fueron más y mayores. Siendo secretario del presidente se enamoró de la secretaria de la primera dama, con quien se casó y tuvo seis hijos. "Un verdadero ejemplo de planificación familiar", según bromea él mismo.
En la administración de Rodrigo Carazo, don Germán se desempeñó como Ministro de Trabajo. Es por todos conocida y apreciada su gran capacidad de negociación y su actitud abierta al diálogo, que le ganaron el respeto tanto de los empresarios como de los sindicalistas. Lo que no sabíamos, hasta que lo confesó en este libro, es que veces, especialmente en los momentos más duros y difíciles, las negociaciones se llevaban a cabo en su casa y, si se alargaban mucho, a su señora le tocaba cocinar para darles de comer a las partes en conflicto. Durante la administración de Rafael Ángel Calderón Fournier fue segundo vicepresidente de la República. Un cargo que don Germán creía importante hasta que, un diplomático (por cierto no muy diplomático), luego de que se lo hubieran presentado dijo un poco sorprendido: "¿segundo y vice?"
Desde su posición en el Ejecutivo, debió afrontar situaciones complicadas, pero el libro no tiene páginas amargas y siempre queda la sensación de ver a don Germán sonriente diciendo: "Fue difícil pero ya pasó."
Además de lo divertido de las anécdotas, el libro tiene el mérito de mostrar la importancia de valores como la honestidad, la rectitud y la caballerosidad.
Cuenta don Germán que, estando en el colegio, le indignaba tanto que los compañeros fumaran a escondidas de los curas, que una vez, delante de ellos, no solo sacó un cigarrillo frente al padre director, sino que hasta le pidió fuego. La misma actitud clara y directa tuvo luego con diputados, ministros, empresarios y hasta con los huelguistas que le secuestraron completa la sede del ministerio a su cargo. La caballerosidad de don Germán queda patente en el siguiente hecho: por increíble que parezca en un político, en todo el libro no habla mal de nadie. Se refiere con igual cariño a don Chico que a don José Joaquín. Es respetuoso al referirse tanto a los miembros de su partido como a los del partido contrario y, aunque en un par de ocasiones señala que, a su juicio, los funcionarios involucrados no actuaron correctamente, nunca cae en la censura ni, mucho menos, en el ataque personal.
En el prólogo del libro, don Beto Cañas le reclama que no haya hecho una crónica más ordenada y puntual de su vida. Don Germán acató el consejo y escribió sus memorias, ya en tono serio. Este libro, en clave cómica, sin embargo, es muy agradable precisamente porque de forma sencilla, modesta y sin pretensiones, recopila recuerdos divertidos.

INSC: 1004
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